Destaca Emily Ruskovich entre las jóvenes escritoras norteamericanas, por la calidad de su escritura y la profundidad de su pensamiento. No resulta para nada sorprendente, que sobre su obra “Idaho” la crítica de “O, The The Oprah Magazine” fuera tan contundente: “una historia de entrega, emocionalmente intrincada, un mundo en el que quedamos completamente inmersos…Ruskovich le da a sus personajes una profunda y activa imaginación, con la dignidad y humanidad que cada uno de ellos tiene el poder de romper tu corazón”.
Las ideas de Ruskovich que iluminan el título de mi blog de hoy, las he extraído de un texto más amplio que dice: “qué fácil nos separamos. Qué rápido puede entrar en nuestra vida otra persona a través de las grietas que no sabemos que existen hasta que esta cosa extraña (en referencia a la personalidad) esté dentro de nosotros. Somos más porosos de lo que sabemos”.
Ruskovich nos habla de la vulnerabilidad de las personas. Que nos creemos fuertes e imprescindibles, pero justamente acierta al hacernos reflexionar que cuando peor nos sentimos, en ese preciso instante en que se nos está resquebrajando el corazón por una separación, la hayamos o no buscado, también ocurre lo inesperado. Sucede que puede tocarnos ese rayo de luz que es otra persona, que no necesariamente se convertirá en nueva pareja. Sólo basta entender que el contacto amistoso que puede ayudarnos a salir del mal momento, entra por esos poros que Ruskovich muy bien define, son una de las características más manifiestas de la debilidad humana.
Tenemos porosidad y grietas que como el agua se filtra por un muro (aparentemente inexpugnable), nuestro carácter que estamos convencidos también es a prueba de golpes y filtraciones, una vez que se produce la separación, la velocidad a la que nuestras filtraciones (flaquezas) que deja nuestra conducta y comportamientos en evidencia, facilitamos que esa otra persona llegue a nuestras vidas con un buen propósito de ayuda.
Pero cuidado, que existe también una alta probabilidad de cometer el error de que nuestra incapacidad para asumir la situación nos hace aferrarnos a cualquier persona, con frecuencia la primera que por esas grietas se internaliza en nuestras vidas.
Emily Ruskovich afirma que “la revelación de bondad duele peor que la crueldad. No hay forma de igualarlo”, y no podemos estar más de acuerdo. Un acto generoso conmueve, pero más allá de lo emotivo, su fuerza impacta hasta las más dura de las indiferencias, que bien sabemos termina matando a cualquier persona.
El mundo de ficción que construye Ruskovich lo resume cuando afirma que “el lenguaje poético es una manera de dar sentido a una respuesta, sólo una, que la historia en sí misma es incapaz de proporcionar”.
Esto es así, porque cuántas veces una lectura de una novela, o cuando visionamos una película, un diálogo determinado nos llega a la fibra más íntima de nuestra humanidad, porque por más que sabemos es una ficción, estamos construyendo la posible extrapolación de esa situación a la vida real, cuando no a nuestras propias experiencias. Nuestra vida se alimenta de muchísimos momentos que nos da la cultura en todas sus formas. Porque justamente necesitamos esos inputs de situaciones que sabemos no podremos vivir jamás pero que de algún modo pretendemos emular.
Nos referimos a ciertos amores épicos que construyen la trama de un filme o el nudo central al que apela el narrador, pero si al menos tomásemos esa emulación como intento de mejora en nuestras actitudes y relaciones interpersonales diarias, seguramente que facilitaríamos lo que Ruskovich sostiene, de la facilidad en la que somos invadidos por personalidades, alguna de ellas preeminentes, pero no nos damos cuenta o a veces no queremos darnos cuenta.
El valor de lo poco que aprendí a conocer del pensamiento de Ruskovich, es un chorro de aire fresco para la mejora de nuestras relaciones tanto personales como de trabajo. La creencia de que siempre existe una actuación similar de la otra parte (otra u otras personas) con las que interactuamos a diario, no necesariamente cuadra y nos brinda desilusiones y a veces desesperanza. ¿Pero por qué reaccionamos así? Porque creemos que nuestras fronteras de personalidad nunca serán invadidas por otras sin que nosotros lo autoricemos o sin que seamos conscientes de ello. Craso error.
De ahí mi coincidencia total con Ruskovich, es que siempre llegamos tarde a ser conscientes de la importancia de un comportamiento que se está teniendo con nosotros (desde el punto de vista grupal) o a nivel individual, el peso que realmente tiene la presencia de otra persona que alivia ese momento de inestabilidad, a veces dolor y sufrimiento.