Oscar Wilde (1854-1900) escritor, poeta y dramaturgo irlandés, es considerado uno de los intelectuales más destacados de su época. Su agudo ingenio e ironía son algunas de sus características más destacadas.
¿Por qué parto de su pensamiento en el blog de hoy? Porque si algo caracteriza a la sociedad actual, es ser contraria a la reflexión. Si bien es llevada a cabo por una minoría de intelectuales, entre los que incluyo por supuesto a destacados periodistas que nos ayudan a comprender mejor la realidad, son precisamente las facilidades que nos brinda la tecnología que nos pone todo en bandeja, las responsables de carecer del tiempo necesario para reflexionar y formar un criterio para la toma de decisiones.
Todo debe realizarse a gran velocidad porque así lo exige la cultura predominante, de un mercado de una gran capacidad de influencia en las acciones humanas.
Cuando Wilde afirma que la “experiencia es simplemente el nombre que le damos a nuestros errores” o que “la moderación es algo fatal... nada tiene éxito como el exceso”, nos muestra esa lucidez que en su obra se manifiesta a veces por su perspicacia u otras por su atrevimiento. Pero sin duda, tiene especial vocación Wilde por ir en contra del “establishment” de una época Victoriana justamente caracterizada por el inmovilismo y las tradiciones.
Wilde ha sido uno de las mentes más brillantes de su tiempo, por tener una visión más amplia de lo que debían ser los escenarios de su encorsetada época Victoriana. Pero hoy día, en pleno siglo XXI, también tenemos encorsetamientos mentales en los más altos niveles políticos, cuando se pretende hacer un uso torticero del lenguaje o de la interpretación de las normas. Por ejemplo, cuando el lenguaje se utiliza para distorsionar la realidad, hablamos de manipulación. Lo vivimos a diario, especialmente en la clase política, que acomoda palabras y pensamientos a su clara conveniencia partidista. Hace unos días, se debatía el mecanismo que prevé la Constitución Española de la “moción de censura”, una vez presentada por el actual presidente Pedro Sánchez, culpándolo de querer llegar a Moncloa por la puerta de atrás.
Wilde era un intelectual al que le seducía cruzar una y otra vez las líneas rojas que han existido en cada época. Justamente el gran jurista norteamericano Oliver Wendell Holmes (1841-1935), que vivió en la misma época que Wilde, afirmaba que “una mente que se ensancha por una nueva experiencia nunca puede volver a sus dimensiones anteriores”. Decididamente, sean las experiencias buenas o malas, son un elemento de valor incalculable. Desde ya que los errores cometidos mientras sirvan de enseñanza para no volver a incurrir en ellos, son una fuente de aprendizaje para los nuevos líderes.
Oscar Wilde decía que “la verdad rara vez es pura y nunca es simple”. No sólo debemos coincidir, sino con toda humildad ampliar su pensamiento a lo que nos está ocurriendo en la actualidad, en la que los auténticos logros que se van realizando por parte de los gobiernos quedan absolutamente eclipsados por las terribles consecuencias de mala praxis y corrupción política. O sea, que en la época actual en la que fluye una catarata interminable de opiniones e información, se nos arrebata la verdad o se desdibuja. Wilde decía que “cada vez que las personas están de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado”, de alguna manera se anticipaba a esta inconmensurable riada de información, opinión y formas en la que pretendemos entender y comprender qué es la verdad.
Wilde sostenía que “un poco de sinceridad es algo peligroso ... y tenerla en exceso es absolutamente fatal”, que si bien se refería al plano estrictamente personal, puede perfectamente ser aplicado al social. Más aún, cuántas veces no se nos dice toda la verdad a los ciudadanos para no crear temor o inseguridad, por ejemplo, cuando se está cuestionando el futuro del sistema de pensiones. O sea, la sinceridad es necesaria en la acción política, pero sin distorsionar la verdad (lo que decimos más arriba) se debe medir muy bien el mensaje, porque puede (de hecho sucede) crear inseguridad en los ciudadanos.
Pero en paralelo a que se evite preocupar a los ciudadanos, debe estar trabajándose para anticiparse de manera tal que ese problema pueda presentarse con otra cara, después de buscar las soluciones que justamente la clase política junto a los técnicos deben proveer. No faltar a la verdad, pero dosificarla dando soluciones factibles para que ese futuro no sea cuestionado ni motivo de preocupación para dentro de veinte o treinta años.