AmazonGo ya ha abierto sus puertas y es aún más sorprendente de lo anunciado, aunque también tiene sus fallos. Repasamos las primeras impresiones del supermercado del futuro.
Cuando Amazon anunció su concepto de supermercado tuvimos que creerlos porque lo hicieron con una tienda ya montada (aunque restringida a empleados para probar y afinar su tecnología) y porque
cualquier cosa que anuncie la compañía tiene posibilidad de ser real, por improbable que parezca. Ahora todo esto es son anécdotas: AmazonGO ya ha abierto sus puertas al público en general. Lo hace con algo de retraso, pues se prometió para 2017. Y ha habido algún problema que otro, pero Amazon sabe que ha tomado el camino correcto: quiere probar a gran escala algo que dentro de unos años no será noticia.
AmazonGo es un supermercado, aunque por ahora es un tanto elitista por la gama de productos que vende. El carácter urbano y cosmopolita de la compañía invita a que de momento sea así, máxime cuando el hermano mayor (de momento) de la criatura futurista es la meca de los hipsters,
Whole Foods, cadena que adquirió el año pasado por 14.000 millones de dólares. La diferencia es que AmazonGO es un sandbox, un lugar para testar avances. El más original es la ausencia de cajas y cajeros:
coges los productos, los guardas y sales por la puerta. No hay que esconder nada porque no estarás robando: se cargarán y cobrarán automáticamente. El fin de las colas.
Detrás de este
necesario cambio de mentalidad (seguro que vamos a sentirnos incómodos sin pasar por caja) hay un conjunto de tecnologías y un potente entramado de machine learning. Vayamos por partes: para comprar en AmazonGO hay que descargarse una app específica que se vincula con la cuenta de Amazon del usuario. La app contiene un código QR que hay que escanear en una especie de tornos que hay a la entrada del supermercado: ya estás fichado. A partir de ahí se activa
un Gran Hermano de cámaras y sensores que permiten seguir al usuario por la tienda (no hay gente detrás, solo máquinas) y recopilar todo tipo de datos que Amazon sabrá aprovechar convenientemente. Cuando queramos un producto, bastará con cogerlo de la estantería y meterlo en la cesta, bolsa, bolso o mochila. Donde queramos.
Las estanterías llevan sensores que detectan que se ha cogido un determinado producto, y se traza una línea que permite saber qué comprador lo ha hecho, incluso si hay dos compradores juntos. Sin que lo veamos, salvo en la app, el producto se ha añadido a una cesta virtual. El checkout se produce automáticamente al salir de la tienda. Y ya está.
Amazon no es dada a dejar flecos, y en esta arriesgada apuesta tampoco lo ha hecho. Si cogemos un producto para leer la etiqueta o nos arrepentimos más adelante, el sistema lo detecta y actúa en consecuencia. No pagarás por mirar. No pagarás por tus errores (Amazon puede que sí, pues
otro escollo ha sido hacer funcionar un sistema que permita detectar qué productos están en la estantería equivocada). Los ladrones tampoco lo tendrán fácil: todo el mundo habla del periodista del New York Times que ha tratado de poner a prueba el sistema escondiendo unas latas... que han sido cobradas (aunque una periodista de CNBC se ha llevado un yogur sin pagar porque el sistema no ha sido capaz de detectarlo). Amazon ya ha respondido que no le importa en absoluto: están convencidos de la fortaleza de sus algoritmos, de su sistema, y
ven la posibilidad de robar como algo tan remoto, que apenas se han ocupado de ello. Tampoco de los posibles errores basados en no añadir un producto a la cesta virtual: serán los menos y se lo pueden permitir. Porque están probando a gran escala el supermercado del futuro, el sistema que hace temblar de nuevo a los actores tradicionales y que obligará a repensar de nuevo el comercio. Algunos competidores van dando pasos, como
la francesa Decathlon, que ya dispone de cajas que detectan los productos sin necesidad de escanearlos, primer paso para implantar algo parecido. Pero Amazon sabe hacer ruido y, en realidad, siempre va un paso por delante. Por algo empezó vendiendo por Internet cuando el grueso de la población ni siquiera tenía módem. Y queda todo por hacer.