La post-verdad es la moderna manera de definir la mentira desde la sociedad digital que antes se llamó sociedad de la información. El ejemplo catalán es el del diálogo mientras te apuntan con pistolas, como afirmó ayer Josep Borrell, un catalán de seny que presidió la Eurocámara, el parlamento de todos los ciudadanos europeos.
Las pistolas van cargadas de intolerancia, odio y pasión desenfrenada por el terruño, sin limitaciones morales, sin hacer prisioneros. El eslogan ‘España nos roba’ esconde la máxima de post-verdad de que somos insolidarios con los nuestros, y en ese suma y sigue hemos llegado ahora a penalizar al extranjero por el hecho de serlo, aunque sea un turista que acude al reclamo de sirenas de las campañas de publicidad de la Generalitat. Hoy se debate en el Ayuntamiento de Barcelona sobre una nueva tasa turística por la que el consistorio de la Ciudad Condal quiere cobrar el doble al turista por un billete de metro o de autobús; porque debe pagar más ese bárbaro (extranjero) que osa venir de turista a Barcelona para hacer sus fotos, consumir, comprar, gastar y dejar euros, dólares o yenes en los bolsillos de todos los catalanes.
La post-verdad es una mordaza fina que a veces se convierte en maroma gruesa cuando el periodista se convierte en el foco de la noticia por saltar sobre un coche de la Guardia Civil, brincando del patio de butacas al escenario con afán de protagonismo y sectarismo político e informativo. Es el caso de Iván Medina Ramos, el reportero de TV3 denunciado en los juzgados por querer ser juez y parte en la información de violencia callejera; o como la presentadora que quemó un ejemplar de la Constitución española en directo... ‘ad mayorem Gloria del Independentismo’.
Hoy una nueva gota colma el vaso de la mordaza informativa catalana y el pensamiento único de los medios públicos. Nacho Martín Blanco y Joan López Alegre denuncian: “Hemos llegado a la conclusión de que nuestra presencia en las tertulias de TV3 y de Catalunya Ràdio es contraproducente, pues sólo sirve como coartada para demostrar su supuesta pluralidad y apuntalar la tesis dominante”.
Dos periodistas catalanes denuncian hoy en el diario El País que dejan de colaborar con TV3 porque se sienten manipulados en debates de cuatro a uno, donde el vapuleo es continuo por mayoría y por tono encendido en los comentarios. Y donde el árbitro -el presunto moderador- es abogado de parte del independentismo radical. Como dicen Nacho y Joan en su tribuna: “Estamos cansados de ser la cuota unionista”, la excusa estética, que no ética, para el continuo escarnio de los que no militan en el pensamiento único secesionista catalán.
La mordaza a la libertad siempre es canalla, pero lo es infinitamente más cuando se ejerce desde las trincheras del periodismo, ese cuarto poder que equilibra a los otros tres cuando es bien interpretado y entendido. Yo no soy el protagonista de hoy, lo son esos periodistas de trinchera barcelonesa que como Nacho Martín Blanco y Joan López Alegre se atreven a denunciar la mordaza a la libertad en manos de los medios públicos de comunicación catalanes a los que califican de “brigada de agitación y propaganda antiespañola y ahora también oficina de reclutamiento y delación”. ¡Carámba, cómo está el patio!
Salvador Molina, presidente de la Asociación de Profesionales de la Comunicación (ProCom)