Aquellas gafas nacidas de la ciencia ficción que permitían grabar vídeo con solo tocar la patilla o ver imágenes 'flotando' delante de nuestros ojos, todo ello a razón de 1.500 euros, se esfumó tan pronto como se demostró que no aportaba nada a los usuarios. ¿Para qué iba a querer alguien grabar vídeo con unas gafas o consultar sus redes sociales delante de los ojos? Era muy difícil batir a un smartphone. No había excusas, tal vez fans de la tecnología. Aquello llevó a Google a cancelar el proyecto de las Google Glass en 2015 y, pensábamos, a inscribirlas en la lista de fracasos de la compañía (que los hay, de ahí su éxito). Pero no era cierto: Google no iba a darse por vencido. Y, cual Ave Fénix, resurge de sus cenizas con un lavado de cara y nuevos objetivos.
Las Google Glass están de vuelta. Ya no serán un objeto para frikis, sino una herramienta para empresas. Tampoco serán la migración del móvil a los ojos, sino un complemento que no pone contra las cuerdas a Android. Porque Alphabet se encargará de fabricar el dispositivo, pero el software lo crearán otras empresas según las necesidades del mercado, y no lo que quiera forzar Google. Ni siquiera decidirán el precio, que dependerá de lo que considere cada empresa licenciada (entre ellas la española Streye). Empresas como Boeing o DHL ya las están utilizando. Esta última, de hecho, asegura que ha ganado un 15% de eficiencia desde entonces.
Las nuevas Google Glass, además, han ganado potencia: su batería dura más, el visor es más grande y soluciona los problemas de privacidad que influyeron en su deterioro público: ahora, cuando el usuario grabe un vídeo habrá un piloto que lo indicará a los presentes. Aunque es posible que el verdadero cambio importante de este renacimiento sea, precisamente, el haber encontrado un mercado adecuado para un producto que murió antes de tiempo. Tal vez por haber nacido antes de tiempo.