Luciano Schlaen | Martes 02 de septiembre de 2014
A diferencia del consumidor pasivo de los medios de comunicación tradicionales como la radio o la televisión, el usuario de Internet es activo y, además, se le exigen nuevas competencias de interacción y participación.
El otro día, mientras comíamos juntos, un buen amigo me contaba sorprendido que en casa de sus padres había vivido una experiencia realmente relajante y gratificante: había visto la tele. Y ni siquiera tuvo que preocuparse por el mando, pues su mujer estaba a cargo. ¿Qué es lo que le causaba tanta sorpresa? Acostumbrado a Internet (no tiene tele en casa), de repente recuperó una vieja forma de consumir contenidos que casi había olvidado. Una forma de consumo que no requiere ningún esfuerzo. Encendemos la tele o la radio y todo llega hasta nosotros sin que tengamos que hacer nada. Todo depende de un programa preestablecido al que accedemos pulsando un botón.
Internet ha cambiado la forma en que escuchamos música, leemos las noticias, vemos películas o incluso los programas de televisión. Para empezar, ahora usamos (casi siempre) el ordenador en lugar de una radio, la televisión o el periódico impreso. Pero el verdadero cambio no tiene tanto que ver con el soporte que utilizamos para acceder a los contenidos sino en la forma en que lo hacemos.
La imagen de Homer Simpson tirado en el sofá frente a la tele con el mando en la mano quizá pueda resumir el modo de consumo pasivo dominante en la era de los medios masivos de comunicación. En la acera de enfrente, en cambio, encontramos a un internauta siempre “conectado”. La forma de consumir contenidos en Internet se parece más a una cacería en la que el internauta, siempre al acecho, rastrea, relaciona, selecciona, descarta. En una palabra: busca. Es un cazador.
La metáfora de la navegación se ha impuesto para graficar la forma en que hacemos uso de Internet. Hoy, sin embargo, parece más acertada la figura del cazador que la del marinero. Navegar todavía tiene un dejo de pasividad, como si el internauta fuera a la deriva por un mar de contenidos. Se parece demasiado al zapping. El cazador, en cambio, está alerta. Activo.
Cuando nos sentamos frente al ordenador, Internet nos ofrece un universo prácticamente inagotable y somos nosotros, los internautas, los que debemos decidir qué queremos e ir a buscarlo. Nos conectamos y buscamos lo que queremos ver, escuchar o leer. Mientras que el “espectador” ve lo que “echan” en la tele y el “oyente” escucha lo que “ponen” en la radio.
Es por ello que Internet demanda, además, otras competencias al internauta que la tele al espectador o la radio al oyente. Y estas competencias no están relacionadas con una destreza técnica sobre el uso de los dispositivos. Sino que están relacionadas con habilidades, conocimientos e intereses, sean sobre el tema que sean. Tanto si se trata de cocina, moda, literatura, cine, arte, tecnología, deportes, juegos, política, música o ciencias. El internauta parte desde un lugar diferente al espectador o el oyente, incluso cuando se trata de puro entretenimiento.
Es una diferencia radical en la forma de consumo. Y estas competencias son la principal barrera para una audiencia masiva que está acostumbrada a una forma pasiva de consumo.
Pero hay más. Con las posibilidades abiertas por los soportes multimedia e interactivos propios de los medios electrónicos, Internet despegó definitivamente cuando permitió a los usuarios ser ya no sólo consumidores sino también fuente de la información consumida por los mismos internautas. El rol de los internautas se desdobló entonces y a partir de ese momento su actividad se hizo mucho más intensa aún. Ya no sólo hay que procurarse de forma activa los contenidos sino también hay que participar en la producción de esos contenidos. Y esta participación es extremadamente demandante.
En el mundo de la Web 2.0, dominado por las redes sociales, los blogs, las comunidades virtuales, las herramientas de colaboración y distribución de contenidos, la mensajería instantánea y otras formas de participación colectiva en Internet, todo se produce, se comenta y se comparte a una velocidad vertiginosa.
¿Quién puede consumir todo lo que producen o distribuyen su red de amigos en Facebook, Twitter o Youtube, sin olvidarnos del correo electrónico? Es tal la cantidad y la frecuencia de actualización de estos contenidos, con sus comentarios asociados, que resulta imposible estar al día.
Este volumen de información y la exigencia de interacción requieren de un usuario con competencias más sofisticadas aún. Pues debe ser más selectivo en su consumo y se espera de él que participe creando sus propios contenidos. Una creación que está regulada por nuevas formas de interacción y participación. El usuario debe conocer estas reglas no escritas para cada contexto de interacción y participación. No es lo mismo enviar un Tweet actualizando a nuestros followers sobre nuestra llegada a la ciudad, que intercambiar comentarios jocosos sobre una foto compartida con nuestra red amigos en Facebook, que publicar o comentar una noticia profesional en LinkedIn.
Nuestra actividad en Internet, de hecho hoy todo se mide por nuestra “actividad” como usuarios, está en las antípodas de la pasividad de consumo de los medios masivos de comunicación tradicionales. Las competencias necesarias que nos impone esta actividad, entre las cuales están nuestros conocimientos, intereses y capacidades, crean una barrera cada vez más alta para los que no están preparados para este nuevo tipo de consumo e interacción.