La gente que es realmente fuerte de espíritu y tiene un carácter firme, no le gusta provocar la caída de ninguna persona, por el contrario ayudan a que sean otros los que también puedan subir. Esta es la diferencia entre un buen líder y un jefe mediocre. Entre una persona de bien, que tiene empatía hacia los demás y un egoísta que sólo piensa en él.
En realidad deberíamos estar agradecidos a toda esa gente que a lo largo de la vida no se han dedicado a otra cosa más que a ponernos obstáculos, en algunas situaciones claras zancadillas, con la finalidad a veces consciente otras no, de no dejarnos avanzar o peor aún, para querer derribarnos. Pero en definitiva, siempre nos muestran sin darse cuenta, lo que realmente queremos ser en la vida y qué objetivos nos fijamos por delante. Aunque no lo crean, ellos nos habrán ayudado.
¿Puede deberse a envidia esa sensación que invade nuestro cuerpo de que determinada persona nos mira con malos ojos? Ciertamente la envidia -uno de los siete pecados capitales- que una persona siente hacia otra u otras, puede deberse a muchas razones, pero lo más destacado de este sentimiento terriblemente negativo, es que la persona envidiosa por lo general padece frustraciones personales, baja autoestima, así como la dificultad de poder conseguir objetivos que se ha planteado en la vida. La diferencia con nosotros, con la gran mayoría de gente sana de espíritu, es que les invade de tal forma que les llega a perturbar tanto espiritual como mentalmente.
Cuando algunos compañeros de trabajo, también amigos y con frecuencia algunos familiares, tienen un mejor nivel de vida al que la persona envidiosa no puede alcanzar, es la mecha que se enciende para no aceptar dicha situación y es ahí cuando surge este sentimiento. Sin hablar de otros paralelos que surgen como la inseguridad, que sumado al anterior genera un estado de resentimiento que difícilmente se pueda controlar.
Pero la envidia en solitario no derriba carreras ni aspiraciones sanas de ninguna persona. Se necesita mucho más que eso, aunque nadie puede dudar que se esté creando un ambiente (usinas del rumor, habladurías, etc.) que pueden debilitar nuestra posición que creemos es sólida e inamovible. En situaciones en las que se ha complicado la relación interpersonal entre una o más personas, el aire se convierte en irrespirable.
Siempre hay que estar atento a las circunstancias, por aquello de que no nos muevan el suelo o la silla en la que nos sentamos, porque como mi abuela solía decir: “las circunstancias tienen cara de hereje”, en relación directa a que nunca vienen solas, sino “muy bien acompañadas” justamente de sentimientos negativos en los que a la envidia se suman la soberbia, la ira o la avaricia.
Que como suele decirse coloquialmente “yo no creo en brujas…pero que las hay…las hay”,por ejemplo, los cambios que creíamos iban a producirse para mejora que finalmente no llegan, como ese ascenso que creíamos teníamos en la mano, seguramente algunos de estos “palos en las ruedas” se ha producido porque a alguien le ha motivado la idea de que fracasemos, al menos en ese intento. Pero su mala fe y cobardía le hacen sentirse fuerte refugiándose en los “run..run” y “correveidiles”, jamás dando la cara de frente. Y no lo hacen por dos motivos: la falta de valor y su consabida incompetencia. Que no puede medirse con nosotros en un juego limpio con reglas claras y precisas. Por ello, en vez de la luz del día, les atrae las sombras de la noche.
El nivel de cinismo humano no tiene límites. Cuando estamos arriba y bien posicionados, observamos un determinado trato y conducta de los demás hacia nosotros. Cuando estamos aspirando a subir tanto la forma de conducirse como los sentimientos que percibimos de los demás son bien distintos. Pero si algo cambia sustancialmente en esa percepción, es cuando no se han dado bien las cosas, a veces perdemos poder y posición pero que somos fuertes para amortiguar el golpe, aunque no tanto para darnos cuenta de cuál es ahora la actitud, conducta y sentimientos de aquellos que nos adulaban y cantaban loas.
Es por ello que deberíamos focalizar debidamente el territorio común formado por la yuxtaposición de dos círculos: el de las cosas que importan con el de aquellas cosas que podemos controlar. Y es esa frontera a veces inexplorada por nosotros, que varía según percibamos lo que creemos es importante como la creencia de lo que podemos gobernar. Y por más que sobrevengan sobresaltos derivados del constante cambio, no debemos olvidar que el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad.Abraham Lincoln utilizaba una frase muy ilustrativa al respecto: “dadle a un hombre poder y conocerás su carácter”.
No hay suficiente espacio en nuestra mente para alojar simultáneamente las preocupaciones y nuestra fe. En realidad cada día debemos elegir cuál de las dos queremos que viva allí.Por otro lado, confundimos a menudo la esperanza con una estrategia, lo que nos descoloca más aún. Pero para soportar mejor estas vicisitudes seamos prácticos y utilicemos una especie de “trampa intelectual”: pensemos que la vida es como una cámara fotográfica. ¿Por qué? ¿Cuál es la similitud? Se focaliza en lo que realmente importa…capta los buenos momentos…se desarrolla a partir de los negativos…y si las cosas no funcionan…se dispara una nueva foto. Pensamiento simple pero efectivo.
En suma, para qué preocuparse si vamos a disparar una nueva foto…para qué amargarse si las personas que les provoca felicidad nuestro fracaso volverán a ser infelices cuando empecemos a andar el camino de la nueva oportunidad que la vida con seguridad nos brindará.
Eso sí…cuando volvamos a subir en nuestra particular escalera de la vida, ya no contaremos con calificativos ni piropos de aquellos que sólo nos ven bien cuando ocupamos ese atalaya del éxito. Al menos, nuestras subidas y bajadas nos habrán hecho de filtro para saber quiénes pueden seguir estando entre nuestras amistades y personas en las que realmente se puede confiar.Nos conocerán nuestros amigos y ya habremos conocido a los que definitivamente no podrán serlo jamás.