Hemos sido alcanzados hasta en nuestras comunicaciones interpersonales: ahora están mediadas por algoritmos. Y en la mayoría de los casos, nos volvimos seres que se comunican mediante mensajes cortos, en vez de llamadas telefónicas. Estamos online la mayor parte del tiempo, rodeados por dispositivos multipantállicos –por usar un término del sociólogo Giles Lipovetsky. La app WhatsApp se convirtió en una suerte de micromanagement familiar, por caso, a través de los grupos que se originan en esa aplicación, que nos permite gestionar temas cotidianos.
Pero “Pantallas…” se mete en el tráfico de los datos, esa perla preciosa que tiene “la nube”. Nuestros datos, sobre todo datos personales; nuestros gustos, contactos, nuestras búsquedas y derroteros como usuarios. Nos hemos convertido en una usina de información, en consumidores/consumidos donde se hace visible aquello del pensador polaco Zygmunt Bauman: “Nadie se convierte en sujeto sin antes convertirse en producto”. Y en un producto que debe ser “deseable y deseado”.
Por esto mismo, es necesario comprender el contexto en el cual se da el avance tecnológico: en una sociedad de consumidores que, además, son consumidos. Los usuarios experimentamos y producimos cambios. Sumergidos en un mar de información, la sociedad hipermoderna, la sociedad de la información, moldea a los individuos como anfibios que se mueven entre la vida offline y la virtualidad (si es que aún cabe hacer esta diferencia), arrastrados por la liquidez de la época.
En la era digital, el mundo se está reinventando. Nuestros gustos, nuestros vínculos, nuestra lectura, nuestra manera de recibir y emitir información. En “Pantallas…” abordo seis áreas en las que focalicé estos conceptos: la de las pantallas múltiples y su interacción; la aparición del streaming y el alejamiento de las generaciones más jóvenes –los Millennials, criaturas online- de la televisión tradicional. ¿Desaparecerá la TV tal como la conocimos en el siglo XX?
En otro capítulo abordo el concepto de “omnivorismo cutural” con un análisis de cómo están cambiando nuestros consumos culturales mediados por las pantallas. Las nuevas tecnologías de comunicación e información producen bienes de capital como los principales agentes de servicios por donde se lleva a cabo el desarrollo cultural y por donde fluye la información. El circuito de un bien cultural comienza con la apropiación y circulación de esos objetos simbólicos que interactúan y se resignifican, construyendo identidades y diferencias.
Cómo la revolución tecnológica pegó de lleno en la línea de flotación de la prensa gráfica en especial, y de los medios tradicionales en general, que buscan nuevos modelos de negocio y formatos para atraer una audiencia que luce cada vez más fragmentada. Este es otro capítulo del ensayo. Es el momento del “moving content” donde los formatos deben estar, literalmente, al alcance de la mano: los smartphones son las principales pantallas por donde se verifica ese tráfico de información. Sin embargo, el periodismo todavía se está acomodando a estas nuevas formas de llegar a sus usuarios/lectores/consumidores.
Internet trajo también un nuevo y dinámico “star system” nacido puramente en una plataforma, YouTube: los youtubers, verdaderos nativos y generadores de contenidos que parecen haberle acaparado la atención de aquellos que ya no acuden a la pantalla que marcó generaciones enteras: la televisión. Los Millennials son los influenciadores de una audiencia cotizada por el mercado, que en este universo de construcciones participativas, ayudan a modelar una novedosa exposición en lo que se denominan “nuevos medios”.
Nuestra vida mediada por algoritmos también lo es en los encuentros interpersonales: buscamos relaciones, amigos o quizás una pareja, en una basta oferta de apps y plataformas. Los sitios de citas tienen información valiosa de nuestros datos y gustos personales. Una relación de información y poder donde los usuarios, hombres y mujeres, somos una mercancía para consumir y ser consumidos.
Y finalmente, la Big Data y la Internet de las Cosas. El creador de la World Wide Web (WWW) hace 27 años, Tim Berners-Lee, no imaginó que ese instrumento devendría en el medio más poderoso de información que hay en todo el planeta. Gobiernos y corporaciones que manejan el mundo de la web lo saben bien y pujan por ese control de la información. “El problema es el dominio de un solo motor de búsqueda, una sola red social, un solo Twitter para microbbloging. No tenemos un problema con la tecnología, tenemos un problema social”, ha dicho.
Es que seguridad y libertad aparecen como las utilidades más difíciles de conciliar en este nuevo paradigma. “Si tienen más seguridad, tienes que renunciar a cierta libertad, si quieres más libertad tienes que renunciar a la seguridad. El conflicto, el antagonismo ya no es de clases, sino el de cada persona con la sociedad. No es solo una falta de seguridad, también es una falta de libertad”, advirtió Zygmunt Bauman. Ante este dilema nos enfrenta el nuevo paradigma.
Alba Piotto, escritora y periodista