En 2009, casi la mitad de los 1.252 millones de habitantes de la India no tenían documentación alguna. Ni un nombre oficial, un lugar de nacimiento o una fecha de cumpleaños. Gente de poblaciones rurales sin hospitales y con el futuro comprometido desde el mismo momento del nacimiento: sin identificación no se puede abrir una cuenta bancaria, comprar un teléfono móvil o pedir un crédito para montar un negocio. Una bolsa de población condenada a la economía irregular de por vida, aquella sin garantías y que, además, no paga impuestos.
Es en 2009 cuando el Gobierno indio pone en marcha el proyecto ‘Aadhar’, el que tal vez sea el proyecto digital más grande y exitoso del mundo, según explica SingularityHub. Este plan buscó proporcionar una identidad digital a toda la población india basándose en sus huellas dactilares y en las exploraciones de retina. Un número de 12 dígitos que en 2016 ya tenían más de 1.100 millones de habitantes. Con nombre y apellidos.
Pero el Gobierno indio no se quedó conforme después de identificar a sus ciudadanos: decidió que todos tuvieran una cuenta bancaria. Se crearon bancos que únicamente pueden guardar el dinero (no ofrecen préstamos) y se regalaron seguros de vida para fomentar la apertura de nuevas cuentas. En tres años consiguieron que más de 270 millones de personas decidieran abrir una cuenta bancaria: más de 10.000 millones de dólares en depósitos que hasta entonces habían descansado debajo del colchón.
Con la población identificada y las cuentas bancarias como algo relativamente común, el siguiente paso fue crear el UPI (Unified Payment Interface), un sistema que permite a los bancos transferir dinero entre entidades basándose únicamente en el indicador personal de Aadhar (aquel código de 12 dígitos que sacó del anonimato a muchas personas). Era la primera vez que a muchos ciudadanos del país se les ofrecía la posibilidad de realizar una transferencia bancaria. Un cambio que tampoco se quedó ahí.
La siguiente revolución ha sido ‘India Stack’, un sistema que permite a las personas almacenar y compartir datos personales: direcciones, estados de una cuenta bancaria, registros médicos, declaraciones de impuestos… El usuario decide qué datos proporciona en cada momento, de manera que puede justificar ingresos para pedir un crédito o contratar una línea telefónica sin hacer papeles: basta con escanear la huella dactilar para que el sistema reconozca al usuario, proporcione su identidad… y pueda comprar el teléfono en apenas unos minutos. Es un proceso que supera en rapidez a Europa y Estados Unidos. Por eso India se ha convertido en un ejemplo de digitalización en tiempo record y con persistencia: en noviembre de 2016, el primer ministro indio, Narendra Modi, anunció la retirada de los billetes de 500 y 1.000 rupias, el 86% del dinero en circulación. La medida ha causado polémica y sufrimiento, dado que mucha gente se ha visto de la noche a la mañana en posesión de billetes que no sirven y tampoco pueden cambiar por el desabastecimiento de billetes de otros valores.
Este movimiento ha sido anunciado como un plan para acabar con el dinero negro, pero muchos economistas y expertos en digitalización también ven en él no sólo la tendencia que los países más avanzados de Occidente están poniendo en marcha (Dinamarca o Noruega ya trabajan en la eliminación del dinero en efectivo), sino el movimiento que podría culminar la transformación digital de India, un actor cada vez más importante en el panorama tecnológico internacional. En apenas siete años, sin Silicon Valley y sin miles de millones de dólares de inversión. Más bien en un país en el que el 53% de los habitantes viven con menos de un dólar al día y el 88% con menos de dos dólares. A veces la pérdida del anonimato que trae consigo la tecnología es también una herramienta para erradicar la pobreza.