Prefiero entender un por qué

El océano se niega a dejar de besar la orilla, no importa cuántas veces haya sido rechazado

José Luis Zunni | Martes 13 de diciembre de 2016

Cada año al llegar la Navidad, nos invade una sensación extraña, una mezcla de alegría y tristeza, que depende al menos de dos hechos: cómo nos ha ido el año en los planos laboral, personal, etc.; como están siendo nuestras horas y los días previos a la cena navideña.



Justamente en período prenavideño, es el momento en el que hacemos el esfuerzo sincero por tratar de corregir lo que no hemos podido hacer anes, sea una cuestión atinente a nuestras responsabilidades profesionales como a aspectos íntimos, caso de una visita a un amigo enfermo que le habíamos prometido tomarnos una copa. Por ello, nuestro título de hoy refleja esa sensación única que se produce cuando el océano acaricia las playas pero se niega a dejar de besarlas, volviendo una y otra vez…cosa que viene haciendo hace miles de años y también seguirá produciéndose hasta el mismo fin de los tiempos.

La metáfora del océano rechazado insistiendo en volver a besar la tierra, debería servirnos en unas fechas en las que la melancolía nos provoca las mismos emociones que las aguas, al querer arreglar situaciones de sentimientos con seres queridos (familia y amigos) a los que no hemos prestado la atención debida, que sabemos que nos quieren, que nos unen profundos lazos, pero que como es natural, están resentidos y como la playa, nos dejan que insistamos una y otra vez para que las cosas vuelvan a la normalidad. Lo que sí es cierto, que el amor verdadero, como el de la familia, siempre estará ahí presente, aunque por momentos nuestra arrogancia no nos permita verlo y estemos obnubilados como Ulises con el “canto de las sirenas”.

Por estas fechas especialmente hacemos un balance de las relaciones laborales y profesionales, tanto en resultados medibles como aquellos que son intangibles porque sólo tienen la medida de nuestro corazón y de los otros corazones (emociones y sentimientos) con los que se cruzan a diario durante todo el año nuestras vidas y experiencias. Con los que compartimos más horas de nuestra existencia que con la propia familia.

Y ocurre con frecuencia, que en los ámbitos laborales es imposible tener una buena química con todo el mundo. Incluso habrá personas muy conflictivas y que tengan animadversión hacia nosotros, pero por más que se empeñen (si es que deciden pasar a la acción) atentar contra nuestra imagen, manchar nuestra credibilidad… no podrán destruir nuestro carácter, porque antes que ellos estará el concepto que tienen todas aquellas personas que nos respetan y admiran.

Navidad es símbolo de paz y mucha melancolía, por todas aquellas familiares y amigos que ya no están físicamente, aunque permanecen en el recuerdo. Y también debemos aceptar el hecho de que algunas personas entran en nuestra vida no para quedarse definitivamente, sino como una especie de vacación o felicidad temporal. Esto no se puede cambiar porque nos viene dado, así como que también este tiempo navideño nos sirve de reflexión para comprender, que finalmente son muy pocas las personas que se interesan por nosotros siempre y durante toda nuestra vida. Nuestro error es que no lo valoramos, casi siempre hasta que es demasiado tarde.

Comprender aquellas relaciones temporales es hacernos más felices, en vez de pretender hacer cambiar los sentimientos de aquellos “turistas accidentales” que significaron algo en algún momento de nuestras vidas y que por los mismos avatares que nos envuelven a todos, no debemos ni arrepentirnos ni lamentarnos. Es algo que ya sucedió y no podemos cambiar. Hay que dar vuelta de página y seguir aferrándonos a lo que realmente perdura: el amigo de toda la vida, la compañera/o de siempre y la familia a la que pertenecemos.

Cuidado en estas fechas con los sentimientos extremos, que nos provocan un estado de ánimo bajo. Cada vez que hablamos de depresión, parece que nos invade un “exceso de pasado” porque nos condena a seguir anclados en una etapa que debimos haber superado. Cuando es el estrés el que gobierna nuestras vidas, parece que estamos sometidos a un “exceso de presente”, porque no podemos con nuestro cuerpo y alma…nos sentimos desbordados. Pero cuando es la ansiedad la que nos gobierna, seguro que nos estamos enfrentando a un “exceso de futuro”. Dejemos que fluyan los sentimientos sin anclajes excesivos ni ambiciones sobre cuestiones que aún no sabemos cómo van a sucederse.

Querer llegar a las estrellas es una ambición humana que ha tenido gran responsabilidad positiva en el desarrollo científico. Querer llegar a los corazones no es equivalente a la carrera espacial, sino mucho más simple: es sabiduría. Apliquémosla en Navidad.

Prometamos lo que podamos cumplir. Digamos lo que sintamos. Expresemos con claridad nuestras ideas y asumamos con responsabilidad nuestros compromisos. Relacionemos el éxito no sólo a nuestra individualidad como personas, sino a la felicidad de nuestros seres queridos. Esforcémonos en defender y sostener las pequeñas cosas y felicidades que nos dan vida, porque sin ellas difícilmente se alcanzará aquel éxito que creemos es un punto en el horizonte.

Tener éxito en la vida no es coronar una cima, sino un proceso diario de afán de superación y mejora personal, además por supuesto, del de nuestras familias. Si cuidamos el ámbito personal de esta convivencia pacífica y con razonable felicidad, entonces recién podremos encaminarnos con la consciencia tranquila hacia el otro éxito al que habitualmente nos referimos: profesional, negocios, etc.

Porque la realidad demuestra que finalmente la medida de éxito que logremos estará directamente vinculada a nuestros sueños. Y ningún sueño valdrá para nosotros si se hace a expensas de la felicidad de los seres queridos. En otros términos: el éxito ocurre cuando finalmente los sueños que tenemos son más grandes que las excusas que ponemos, pero dando la máxima cobertura a la familia con nuestros sentimientos, que no perciban que les dejamos de lado, porque nos importa más los logros profesionales y materiales que el bienestar de los nuestros. La diferencia es muy grande: el éxito fuera de casa (una forma de decir) es efímero, pero el que tengamos dentro es el que perdura hasta nuestra muerte.

A todas/os las lectoras/es una muy feliz Navidad y próspero año 2017.