Nuestro título de hoy corresponde a un fragmento de una de las obras más impactantes del gran novelista, poeta y pintor suizo-alemán Hermann Hesse (1877-1962), la novela “El lobo estepario”, que narra un alucinante viaje a los temores, angustias y miedos a los que se ve abocado el hombre contemporáneo.
Vale la pena que mis lectoras/es lean el texto completo de este pasaje: “pero en realidad ningún Yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por unidad y hable de su Yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aún al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer".
Mejor no se puede describir la soberbia y la altanería que forman parte de nuestra naturaleza. Esa creencia de que somos o nos sentimos importantes, por ejemplo, en los ámbitos de trabajo en los que nos movemos, Hesse nos hace ver que esa tendencia inevitable del ser humano que es como respirar y comer, a querer ocupar el centro de la escena, nos lleva inexorablemente a frustraciones e infelicidad en un mundo en el que, como el lobo de la estepa, es más fácil que nos encontremos rodeados de dificultades y retos que no podremos dominar y/o controlar, más que en una parte infinitesimal, la que nos exigirá un cierto grado de colaboracionismo profesional en el trabajo y a nivel personal, de amor y amistad.
Por ello, Hesse llegó a afirmar que él sólo quería vivir de acuerdo con las inspiraciones que provenían de su verdadero yo, aunque cuestionaba severamente la capacidad del hombre en general, para actuar de manera coherente. El concepto de unidad al que se refería.
Pero asimismo, su visión humanista le hace creer (él afirma “he creído y sigo creyendo”) que “cualquiera que sea la buena o la mala fortuna que se anteponga en nuestro camino, siempre podremos darle sentido y transformarla en algo de valor”. Para Hesse, la acción humana no se agota en el hecho mismo de llevar a cabo una tarea, trabajo, etc. Sino en cómo poder “sacarle partido” convirtiéndola en enseñanza y desde ya en principio. Lo que quiere significar, que nada tiene sentido si no adquiere esa categoría de valor al que los seres humanos nos aferramos, porque subyacen en nuestra consciencia.
Su manera de comprender el mundo es tan simple como decir que “sin palabras, sin escritos y sin libros no habría historia porque no habría concepto de humanidad”.
Si Hesse viviera en la actualidad, ¿cómo respondería frente al abrumador impacto de la tecnología que está transformando nuestras vidas? Seguramente buscaría la explicación sensible y empática hacia un fin concreto: la mejora de la vida de las personas. Comprendería que las NT’s nos facilitan la vida y que los cambios que introducen en nuestra forma de hacer y también de pensar, son buenos, que corresponden con esa fortuna que como afirmaba el gran novelista alemán, se nos presenta en el camino y debemos transformarla en algo que nos de valor. Que no sean las App’s ni cualquier otra forma de transformación digital un impedimento para seguir desarrollando nuestra naturaleza humana.
Que el “yo” al que tanto defenestra porque no entiende que el ser humano sea una unidad (tampoco así lo entendemos nosotros), sino una adecuación constante de los diferentes “yos” con el que convive, pueda adaptarse a las mutaciones de una sociedad que evoluciona y cambia día a día.
Digamos que este proceso de adaptación al cambio al que estamos obligados más que nunca en 2016, si queremos mantenernos “vivos” como profesionales y personas, requiere del esfuerzo de tener una mentalidad mucho más flexible y adaptativa, no para dominar ni vencer el cambio, porque es casi imposible, pero sí para que los pasos que demos para adaptarnos a la gran transformación a la que están sometidas organizaciones y la sociedad en su conjunto, nos sea menos dolorosa.
Para ello, Hesse, de estar presente, diría: “nuestra mente es capaz de pasar más allá de la línea divisoria que hemos dibujado para ella. Aparte de los opuestos de los cuales el mundo consiste, otras nuevas visiones comienzan”. Si blanco o negro, positivo o negativo…o sea los opuestos tradicionales que no conducen a una visión realista de cuál es la arquitectura de diseño de una sociedad y de millones de acciones de personas y empresas que conforman diversas tonalidades de gris, que se ubican más o menos próximos a cada uno de sus extremos pero que tienen una tendencia a buscar una media de comportamiento.
El yo de la unidad de Hesse, deja paso a una infinidad de realidades que la mente debe procesar y transformar, sobre cuáles son los nuevos valores a los que debemos atenernos. No es que cambiemos los principios que rigen nuestra conducta y que están muy adentro de nuestra consciencia, conformando nuestro carácter y personalidad. ¡No! Sólo tenemos que actualizar algunos de ellos para que no choquemos de frente con esa nueva sociedad, con las formas diferentes de hacer las cosas y trabajar.
Hesse también definía magistralmente las dificultades que las personas tienen en procesar la realidad del entorno y adaptar nuevas formas de pensamiento, afirmando que “no hay otra realidad que la que está contenida dentro de nosotros. Es por eso que tantas personas viven una vida irreal. Toman las imágenes fuera de ellas para comprender cuál es la realidad, pero nunca permiten que el mundo que vive en su interior se imponga”.
Hesse está presentando la dicotomía de los valores adquiridos y los errores en pretender traer la realidad a nuestra forma de ver la vida, porque al no “permitir que el mundo que vive en su interior se imponga”, lo que está significando es que por miedo a lo desconocido (el cambio u otras circunstancias) el mundo interior no es capaz de procesar cómo hay que adecuar valores y principios a una realidad que desconocemos. El problema no es desconocerla, porque puede aprenderse y adaptarse, sino no querer reconocer que esa realidad distinta existe y nos tendremos que enfrentar a ella antes o después.