Nací, estudié y empecé a ejercer el periodismo en un mundo analógico. Escribir desde hace 25 años de tecnología me ha servido para ser pionera en la adopción de Internet, los buscadores y el móvil. Todo bien. La avalancha 2.0 me ha puesto del revés. Voy a ruedas de prensa y congresos, recibo notas de prensa y estudios. Ya no lo abarco. Adopto las herramientas para controlar y organizar la información. Ni aun así. Me acuesto y me levanto con la nariz pegada a la pantalla del móvil. Estoy en Facebook, Twitter y Linkedin. Puf, que estrés. He descubierto que tuitear me da más taquicardia que mi primer amor.
No me reconforta escuchar a mis colegas decir que les sucede lo mismo. Me parecen dioses quienes contemplan con tranquilidad el mundo 2.0. ¿Verdad o apariencia? Veo como más humanos a quienes contestan jadeando al teléfono mientras dicen un ¡perdona, tengo un día¡
Ya no vale con saber de esto, de aquello y de lo de más allá. Tampoco el tener criterio para elegir. Hay que estar al día en la avalancha de información que nos inunda, seguir Twitter y saber lo que pasa en el muro. Todo, mientras se hace bien el trabajo. Solo me relaja escuchar conferencias de quienes se dicen expertos ¿y no saben más que yo? Si, claro, todos estamos en el mismo barco. Ordenando el trabajo y la vida con las coordenadas 2.0, mientras corremos para evitar el aplastamiento de la apisonadora denominada social. “Deprisa, deprisa”. Vale, pero yo no voy a morir en la carrera.