Economía y Sociedad

Cómo acabar con el sueño europeo para ganar unas elecciones (y luego dimitir)

Las consecuencias del Brexit

Miguel Ángel Ossorio Vega | Viernes 24 de junio de 2016
Los británicos han decidido salir de la Unión Europea, un hecho histórico e inédito con la xenofobia como base y el nacionalismo más rancio como catalizador del miedo y la desesperanza causados por la crisis.

La Historia puede ser cruel en algunas ocasiones. Por ejemplo: es posible que un mismo país alumbre a Winston Churchill (padre fundador de la Unión Europea) y a Nigel Farage (líder de un partido ultranacionalista británico). La Historia puede ser tan cruel que en apenas unas décadas se pase de defender los “Estados Unidos de Europa” al “Britain First” (Gran Bretaña primero). Y todo eso en el mismo país, lo cual demuestra la involución que estamos sufriendo a nivel global y de la que todos somos y seremos víctimas.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se llevaron a cabo una serie de acciones encaminadas a evitar la repetición de tamaña tragedia, sobre todo enfocadas a unir a los estados europeos para que se convirtieran en hermanos, no en rivales. No es nada inédito decir que aquella Guerra surgió a partir del nacionalismo radical que propagó la idea de que un país era superior a los demás hasta el punto de hacerse necesario invadirlos para “limpiarlos”. Millones de vidas (perdidas) después, comprendimos que este gigantesco error solo se evitaría de nuevo con unidad, a sabiendas de que el ser humano es a veces tan estúpido como para caer en los mismos errores.

Ahí nació la Unión Europea, un proyecto que siempre está en construcción y cuyo objetivo final es la creación de aquellos Estados Unidos de Europa con los que soñaban Churchill, Schuman, Bech o Hallstein. Nombres que hoy lloran porque el proyecto que impulsaron tras una cruel Guerra con el objetivo de hermanar a países condenados a cooperar y entenderse ha sido herido, décadas después, por una turba de políticos mezquinos e incultos ciudadanos. Un proyecto víctima de los desmanes de una clase política europea cortoplacista, egoísta, nacionalista y nada comprometida con la causa común que condena a las futuras generaciones a una vida precaria, autárquica y radical.

La Unión Europea se ha convertido en el chivo expiatorio por antonomasia, en el objetivo de todos los ataques cuando no sabemos a quién culpar de los problemas y los errores. No es, ni mucho menos, perfecta. Sin embargo, la falta de perfección no se debe tanto al propio proyecto europeo, sino a los manazas encargados de hacerlo progresar. La base, el objetivo y las intenciones son tan nobles como necesarias: aumentar la cooperación y unión de los estados europeos hasta hacer de ellos prácticamente un mismo país. No hay nada más justo que fomentar la paz a través de la creación de lazos entre culturas diferentes para garantizar la supervivencia y el bienestar de una población fácil de controlar. Pero es un proyecto que exige valentía y apertura de mente. Un proyecto que requiere conocimiento para comprender las dinámicas que mueven el mundo. Un proyecto que necesita, irremediablemente, convencer de que las fronteras son algo del pasado. Muchos aún no se han enterado. Por eso el Reino Unido ha votado “sí” a levantar de nuevo sus fronteras para protegerse de la horrible amenaza que suponen los sirios que huyen de una guerra por ellos gestionada (entre otros), de los subsaharianos que huyen del hambre por ellos fomentado (entre otros) y de los europeos que huyen de una crisis por ellos agravada (entre otros).

Qué cruel es la Historia.

La Unión Europea no es perfecta, pero es lo más cercano a perfección política, social y económica que tenemos y tendremos. La solución no es destruirla, sino reformarla. ¿Te imaginas destruir todo aquello que no es perfecto? Empezando por uno mismo, nada quedaría a salvo en el Universo.

El sí al brexit es el resultado de la irresponsabilidad de David Cameron, quien convocó el referéndum para ganar unas elecciones y ahora ha dimitido, dejando a su paso los escombros de su estupidez. Una visión cortoplacista que condenará a las generaciones futuras al aislamiento: el Reino Unido ya no es un imperio. Los imperios ya no existen. Puede que a algún británico se le haya hinchado la vena patriótica al conocer el sí a la salida de la Unión Europea. Solo podemos darles la enhorabuena: ahora tienen el control de sus fronteras, que es lo que querían. Ahora podrán evitar que muchos jóvenes españoles vayan a contribuir a su potente economía gracias a las facilidades de la Unión Europea. Ahora podrán evitar que su país tenga que someterse a leyes diseñadas para fomentar el bien común de 28 países. Ahora podrán evitar contribuir al presupuesto comunitario, ideado para mejorar la calidad de vida de millones de personas a través de la solidaridad y la cooperación, dos palabras que pierden el sentido en un mundo que se vuelve absurdo y peligroso por momentos.

Si tras la Segunda Guerra Mundial hemos vivido la mayor etapa de crecimiento, bienestar, seguridad, progreso y paz de la Historia, ahora es el momento de cambiar (piensan algunas eminencias) hacia un modelo aislacionista, xenófobo, racista, nacionalista y radical. Un modelo que garantice la supervivencia de una población bañada en el miedo al diferente, al extranjero, al pobre y al que no piensa igual, pero manejable, inculta, desinformada y alejada de la realidad global, capaz de comprar cualquier discurso que le ofrezca humo y sin parar a pensar siquiera un segundo las consecuencias reales que subyacen a esas palabras oportunistas e imposibles.

En teoría vivimos en la época con mayor acceso a la información de la Historia. Y, sin embargo, el 52% de los británicos, un pueblo culto, refinado, informado y criado en la libertad, ha decidido comprar el discurso que vende nacionalismo como solución a los problemas del mundo.

La Historia puede ser cruel en algunas ocasiones. Por ejemplo: es posible que aquel Reino Unido encabezado por un Winston Churchill que soñaba con crear los Estados Unidos de Europa consiga con su salida de la Unión Europea allanar el camino hacia la plena integración de los países que se queden. Ahora puede ser la oportunidad de culminar el sueño europeo.

¡Larga vida a la Unión Europea!

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