Principios de 2015, Munich (Alemania). Bastian Obermayer y Frederik Obermaier, periodistas del Süddeustsche Zeitung, reciben una filtración anónima con documentos del despacho de abogados panameño Mossack Fonseca. Entre el material que reciben hay correos electrónicos, escrituras legales, certificados bancarios, fotocopias de pasaportes, declaraciones juradas, facturas… Los periodistas comienzan a revisar el material y encuentran nombres relevantes. Pero tienen entre manos más de 11 millones de documentos fechados entre 1977 y 2015, una cantidad excesiva para dos periodistas e incluso para un único medio. De hecho, los archivos que poseen superarán los 2,6 terabytes (2.600 gigas): es 2.300 veces más grande que los documentos que recibió Wikileaks hace cinco años, cuando filtró unos 200.000 cables diplomáticos.
“Cuando nos dimos cuenta de que habíamos encontrado algunas buenas historias internacionales, entendimos que se quedarían sin contar a menos que compartiéramos los datos”, explica Bastian Obermayer. Por eso, en abril de 2015 una delegación del ICIJ (Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación) visitó la redacción del Süddeustsche Zeitung para reunirse con los dos periodistas alemanes y recibir varios discos con información. En ese momento se puso en marcha la maquinaria que, un año después, ha dado lugar al Panama Papers: la mayor filtración de la historia del periodismo.
Para llegar hasta aquí ha sido necesario más de un año de trabajo coordinado desde la sede del ICIJ, ubicada en Washington DC (Estados Unidos). Pero en esta historia hay muchos protagonistas y decenas de equipos humanos: en Madrid y Costa Rica comenzaron a realizar la primera revisión de los datos entregados al ICIJ. La periodista española Mar Cabra, los ingenieros Rigoberto Carvajal y Miguel Fiandor, y el desarrollador Matthew Caruana-Galizia lideraron la tarea. En paralelo, y desde Washington, la subdirectora del Consorcio, Marina Walker Guevara, se fue reuniendo con periodistas de distintos medios para que se unieran al mastodóntico proyecto.
El 30 de junio de 2015 unos 30 periodistas llegados desde distintos puntos del planeta se reunieron durante dos días en Washington para acordar una agenda de trabajo y recibir los primeros documentos. Durante dos meses fueron rastreando los archivos en busca de nombres, datos, fechas y material que pudiera revelar información interesante. Pero para llegar a descifrar el contenido de los documentos era necesario crear una estructura de limpieza de datos: el ICIJ puso en marcha hasta 35 servidores para rastrear la información y clasificarla. Después, se creó una aplicación web de alta seguridad usando Linkurious para subir toda la información y facilitar la relación entre los distintos documentos de forma automática, como si fuera un buscador de Internet. Ahí es donde los periodistas involucrados irían subiendo los datos que limpiasen, creando una gigantesca base de datos estructurada que permitiera acceder al instante a los documentos filtrados. Una labor de clasificación e interrelación inédita en la historia del periodismo.
Sin embargo, se estaba trabajando con información muy sensible, por lo que el ICIJ se esmeró con las medidas de seguridad: cada vez que un periodista accedía a Linkurious, todos sus movimientos quedaban registrados y eran monitorizados en tiempo real. Además, toda la información de la plataforma estaba encriptada, así como la comunicación entre los profesionales que trabajaban en el proyecto.
En septiembre de 2015 una nueva reunión, esta vez en Munich, llevó a 70 periodistas a poner en común los datos que habían conseguido rastrear. Es ahí donde se comenzaron a gestar las primeras historias y donde se establecieron grupos de trabajo de cara a la publicación de los contenidos filtrados. Pero las fechas de publicación se iban retrasando por un sencillo motivo: el Süddeutsche Zeitung recibía periódicamente nuevos paquetes con información adicional. En menos de un año, el ICIJ actualizó hasta en cinco ocasiones la base de datos, llegando a añadir más de un millón y medio de documentos a los recibidos en un principio. Es entonces cuando se puso la fecha que escribe un nuevo capítulo en la Historia del Periodismo: 3 de abril de 2016, el día elegido para la publicación simultánea de las filtraciones en los distintos medios de comunicación que han participado, entre los que se encuentran The Guardian, la BBC, Le Monde, Univisión o los españoles El Confidencial y laSexta.
Los documentos publicados identifican 214.488 entidades (empresas, fundaciones y fideicomisos) y 14.153 clientes del bufete Mossack Fonseca, un pequeño despacho de abogados que lleva desde los años 70 operando en Panamá y que, pese a ser poco conocido, parece ser bastante poderoso en el país. Son datos de gran relevancia por las implicaciones políticas (hay 12 expresidentes de distintos países y 61 familiares asociados a ellos, además de 128 políticos), económicas (hasta 29 personas que aparecen en la lista de Forbes también están en los documentos filtrados), bancarias (podría haber hasta 500 bancos involucrados) y nacionales, porque estos documentos podrían demostrar una masiva evasión de impuestos en algunos casos, algo que la Justicia deberá determinar. Por el momento, la Fiscalía panameña ya ha abierto una investigación a Mossack Fonseca, cuyo cofundador ya ha renunciado a su cargo de ministro consejero del Presidente de Panamá. En España, la Fiscalía también investigará de oficio a todos los nacionales que aparezcan en los documentos filtrados, algo que las Autoridades de Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido también harán, aunque desde la Asociación Española de Asesores Fiscales y Tributarios explican que este tipo de sociedades no son ilegales en sí mismas, por lo que es necesario analizar caso por caso para determinar si sus titulares o participantes tributaron previamente en sus países de origen. En cualquier caso, todo esto es sólo el principio: durante las próximas semanas, los medios participantes en la filtración irán desvelando nuevos nombres y publicarán más documentos.
Esta masiva filtración gracias al trabajo coordinado de cientos de periodistas resalta el valor del periodismo de investigación como herramienta para conocer la realidad que se oculta tras complicados muros levantados por empresas, gobiernos e instituciones. En un momento en el que la mayoría de las cabeceras occidentales están bajo mínimos (con el perjuicio que eso causa a la investigación, que requiere esfuerzo, tiempo y dinero), estos trabajos coordinados demuestran la importancia de invertir en este tipo de productos informativos y lo necesarios que siguen siendo los periodistas y los medios como garantes de la libertad de información. Puede que cambie el modelo y que ahora sea necesaria una coalición de medios a nivel global para poder alcanzar temas que hace unos años podría haber realizado un solo medio, pero incluso con ese modelo, la prensa se hace más poderosa y gana herramientas para seguir investigando y publicando aquello que muchos quieren tapar. Bienvenidos al periodismo del siglo XXI.