Albert Einstein afirmaba que “existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro”. También alguien dijo una vez que “era paciente con la estupidez, pero no con aquellos que se sienten orgullosos de ello”.
La estupidez significa “dificultad y gran lentitud para comprender las cosas”. No queremos ofender ni por asomo, a ninguna persona que pudiera tener una enfermedad o alguna forma de disminución de sus facultades mentales, faltaba más. Lo que queremos señalar, es la actitud que a veces personas preparadas e inteligentes, tienen en un momento determinado. Por ejemplo, al hacer una broma, o en el caso de un líder empresarial o también el político, una declaración desafortunada y que por arreglarla “meten la pata” más al fondo aún.
Cuando una persona se equivoca (lo hacemos todos y lamentablemente con frecuencia), lo normal, o sea personas que no asuman una actitud estúpida, es reconocer inmediatamente el error y no justificar lo injustificable, a lo cual lamentablemente nos tienen acostumbrados algunos políticos, que por hacer esto, al menos en un momento, asumen una posición estúpida.
Lo que siempre me esfuerzo con mis asistentes a seminarios, es plantear con claridad, cuál es la forma de que seamos mejores, que podamos notar ese cambio en la vida, que nos haga bien a nivel laboral y personal. Entonces ante la pregunta de si han tenido alguna experiencia negativa importante que quieran comentar y cómo les ha afectado, siempre surge algún “valiente” que relata, por lo general, una experiencia desafortunada en el plano profesional. Difícilmente se refieran al personal.
En cuanto recibo la “andanada” de dos o tres experiencias que me plantean, ya que otros se han animado también a participar, hago las siguientes reflexiones:
1º) Algo positivo: de las personas que no han sido muy positivas en nuestras vidas, sacamos experiencia. Es inevitable. Aunque no nos guste.
2º) Personas buenas: aquellas que han actuado con nosotros con lealtad, cariño, sacrificio, reconocimiento, amistad, etc., recordamos la felicidad que nos ha producido.
3º) Frustración: cuando hemos tenido relaciones que fueron frustrantes, tanto en el orden personal como profesional, aprendemos una lección.
4º) Las memorias: de la mejor gente, la conozcamos o no, nos transmiten sus enseñanzas y se convierten en memoria colectiva de una sociedad. Y esto tiene valor universal.
Entonces se abre el debate, chocan de frente algunas “ideas preconcebidas” que siempre tenemos, pero lo importante de estas reuniones en las que se aprende liderazgo, es que hay un acercamiento, la voluntad explícita de comprender y no quedarse sólo en el tópico. De abrir el ángulo de miras. De decorrer el velo y ver que hay detrás de él. De aprender a alejarse de la estupidez.
Pero a su vez, la discusión va a más. Porque siempre trato de intercalar (a veces con resultados sorprendentes debido al grupo humano que tengo delante), de que aunque hagamos un solo acto de bondad al día, podemos cambiar el mundo. Que lo único que debemos cuidar, es justamente de no cometer el error de esas personas, que aunque lúcidas, entran la zona de estupidez de manera casi infantil. No les gobiernan sus decisiones y su voluntad de cambiar las cosas para mejor. En realidad, navegan en la superficie, porque están más preocupados por “lo que dicen” o por “cómo lo dicen” y especialmente, lo que la gente percibe de sus palabras. O sea, palabras que suenen bien, aunque carezcan de contenido. Y esta, queridas lectoras/es es la señal clara de que se actúa, o con sentido común o con estupidez. Así de simple.
Carlo María Cipolla (1922-2000), historiador económico italiano, también conocido por un ensayo satírico sobre la estupidez, en sus “Leyes fundamentales de la estupidez humana”, la segunda de ellas es sorprendente: “la probabilidad de que una persona determinada sea una estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. O sea, en línea con lo que decimos más arriba.
La acción de estupidez no caracteriza a la persona como estúpida. Su acto sí lo es. Esta es la gran diferencia.
Tengamos en cuenta que en definitiva, la excelencia no es un don que recibimos desde “arriba”, sino la actitud que ponemos en nuestras acciones. Con criterio o con estupidez.
Cuando una persona realizó una acción de la que otras obtuvieron provecho, no cabe duda de que se trataba de una persona inteligente que estaba realizando un acto también inteligente. ¡Pero qué sucede cuando una persona inteligente se comporta como un incauto! La regla que aparentemente demuestran las personas que actúan de manera estúpida, es la incoherencia en cualquier campo de actuación. La mayoría de las personas que actúan estúpidamente, en cualquier nivel social en que podamos encontrárnoslas, perseveran en causar daños a otras personas de manera gratuita. No obtienen ningún beneficio, siendo aún más deleznable, que además de causar el daño a terceros, se lo causen a ellos mismos.
Jean-Baptiste Molière (1622-1623), dramaturgo francés y considerado el padre de la comedia francesa, afirmaba que “las personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias”. Vaya verdad la del genio francés, que nos hace reflexionar sobre el manejo del conocimiento, que no necesariamente no indica que esa persona que lo posea sea sabia. La sabiduría justamente es lo contrario, no ostenta de manera pomposa el conocimiento, sino que muestra la humildad como característica fundamental de su vida.
Quiénes cometan actos estúpidos jamás podrán ser sabios y difícilmente podrán escapar a la sentencia de Molière.