Porque el ajedrez, al fin y al cabo, es un deporte. O no. Pero, desde luego, no es una profesión, aunque haya profesionales. Por tanto, como tal, no se ha visto amenazada. Sin embargo, otras muchas sí. Algunas han desaparecido, porque el avance técnico las ha hecho innecesarias. Y nadie las echa de menos. Piense en los telegrafistas, los aguadores o los pregoneros. ¿Podría eso pasar con la profesión periodística?
Desde marzo del año pasado, Los Ángeles Times tiene un nuevo redactor. Se llama Quakebot, está especializado en terremotos y, en realidad, es un software que genera automáticamente textos informativos sobre seísmos con los datos que recibe, también automáticamente, de los centros de investigación. Su prosa no es que sea muy original (todos sus artículos, y lleva publicados 160, empiezan con un “a shallow magnitude 2.6 earthquake was reported…” y sigue el día, la hora, el lugar y la fuente, que siempre es el servicio geológico de Estados Unidos). Pero es rápido, objetivo y siempre está listo para informar. No duerme, no sale a fumar, no para para comer. Y no debería cometer errores… aunque lo hace: algunos de sus artículos van acompañados de una corrección, que advierte de que los sensores que detectan los movimientos telúricos han interpretado mal, por ejemplo, los movimientos correspondientes a un terremoto sucedido en Japón.
Otros medios han empezado a utilizar la informática para generar textos automáticamente. Forbes publica en su edición digital artículos firmados por Narrative Science, líder en Estados Unidos en este tipo de software. El Berliner Morgenpost publica así la información sobre contaminación atmosférica en la ciudad. Incluso la información sobre fútbol en la web de Radio Hamburg está generada automáticamente. Una computadora sólo necesita tener un diccionario en la memoria, un poco de inteligencia artificial para aprender de la experiencia (y no empezar todos los artículos igual), reglas gramaticales y potencia combinatoria para escribir textos. Y datos novedosos, por supuesto, para que esos textos sean noticia. Da igual que los datos se refieran a las oscilaciones de la bolsa, la concentración de partículas en el aire o el número de goles y de tarjetas amarillas. Y un software siempre podrá analizar más datos y más rápido que una persona.
Los periodistas con más aspiraciones literarias podrán consolarse pensando que las máquinas nunca llegarán a escribir tan bien como un reportero con oficio. Para Saim Alkan, sin embargo, propietario de una de las tres empresas de este tipo de software que funcionan en Alemania, ya no es posible diferenciar un texto escrito a mano de uno generado por ordenador. Su opinión la recogía el periódico Die Zeit la semana pasada. Pero no es sólo su opinión. Una de
las principales universidades bávaras ha hecho una encuesta y, según sus conclusiones, la gente apenas era capaz de diferenciar ambos tipos de textos. Salvo por una cosa. Según el director del estudio, los que estaban generados automáticamente se percibían como más objetivos y fiables (¿mejores periodísticamente?). Y los escritos por personas, como más agradables de leer.
Con la “máquina de hacer versos” de Juan de Mairena, alter ego de Antonio Machado, se podían escribir versos como esos de “dicen que un hombre no es hombre / mientras no oye su nombre / de labios de una mujer… / Puede ser”. Según él, había compuesto el poema con una máquina que usaba unas reglas de composición fijas con las que podría crear muchos otros. Por ejemplo: “Dicen que uno no es periodista / mientras su nombre no lea / firmando en una revista… / puede que sea”. Por supuesto, es como aquel maestro de ajedrez que se disfrazaba de robot. Pero desde ese fraude hasta Deep Blue, la computadora que ganó a Kasparov, pasaron apenas cien años. ¿Cuántos han pasado desde la “máquina de hacer versos” de Machado?
Con potencia de computación e inteligencia artificial, es cuestión de tiempo que un software escriba buena literatura. El programa de Alkan es capaz de generar noventa millones de textos al día. Y los va haciendo cada vez mejor. El problema, realmente, lo que hace que un periodista pueda seguir siendo imprescindible, es el de los datos. El de los inputs con los que el ordenador generará esos textos. La materia prima con la que se hace una noticia: la información, que no siempre puede provenir de unos sensores sísmicos. Difícilmente podría un software automatizado destapar un caso de corrupción… o sí, si es capaz de cruzar datos bancarios y transacciones sospechosas. Para eso haría falta un software espía de esos que, de momento, se dedican a otras cosas, pero quizá encuentren trabajo en un periódico. Quizá sea sólo cuestión de tiempo que la profesión periodística desaparezca. O que su función se limite a programar ese software. “Podrá no haber poetas, pero siempre / habrá poesía”. Y además está el problema de que también a los lectores se les pueda convertir en autómatas… pero ese es otro tema. No dejen de leer, para evitarlo.