Mientras en Estados Unidos empresarios y políticos de primer nivel tienen desde hace años a su alrededor a expertos que les entrenan sobre cómo han de vestirse, peinarse, sonreír, gesticular o sentarse para mostrar sencillez, aplomo, seguridad, honestidad, o la cualidad que toque en cada momento; en España hasta hace muy poco, esta profesionalización se enmarcaba casi exclusivamente en el entorno político, donde los asesores de imagen, protocolo o medios orientaban a sus pigmaliones en las formas con tanto énfasis como sus homólogos lo pudieran hacen sobre los contenidos.
Ya resulta habitual la presencia de profesionales de la comunicación no verbal en los medios de comunicación televisivos españoles. Son invitados especiales o, incluso, colaboradores en espacios de todo tipo (deportivos, políticos, del corazón, etc.) que acuden a los platós para contrastar el grado de veracidad de ciertas afirmaciones procedentes de personajes altamente mediáticos.
En el entorno de la calle, laboral o afectivo pasa lo mismo. Cada día desplegamos, y la mayoría de las veces sin ser conscientes de ello, una serie de habilidades mercadotécnicas. Se van adquiriendo de forma natural con el paso de los años, o a través de formación específica, y sirven para facilitarnos, en menor o mayor medida, la consecución de nuestros objetivos. No todos desarrollamos estas capacidades de la misma forma ni con la misma destreza o intensidad, por esa razón unos son más felices o están más satisfechos con los resultados que el resto.
Por un lado están las habilidades propias del estilismo, adecuadas a una forma de comunicación visual. De esta manera, un acto cotidiano como vestirse se convertirá en una de las acciones comunicativas básicas pero esenciales que trasladará a nuestro entorno información (más allá de nuestro mejor o peor gusto) sobre el nivel social del que procedemos, el que tenemos o al que se pretende pertenecer (en algunas ocasiones se pueden determinar los tres niveles a la vez atendiendo a nuestra indumentaria y aspecto externo); formación; nuestro campo laboral e, inclusive, grado de extroversión o nerviosismo.
Por otro, nos encontramos con el lenguaje corporal, propio de la comunicación no verbal y, por ende, el desarrollo de la habilidad del autocontrol físico. Nuestros gestos, tics, miradas, posturas, etc., revelan (de forma inconsciente) nuestras aprensiones, miedos, fobias y filias, cuándo mentimos o nos emocionamos.
Ser observador y analizar las conductas de nuestros interlocutores nos proporcionará una información muy valiosa. Igualmente, controlar nuestro cuerpo servirá para mostrar, ocultar o simular aquello que deseemos que vean o pase desapercibido en cada ocasión: seguridad, valentía, timidez, empatía, miedo, etcétera.
Los profesionales afirman que cuando nos preguntan algo y miramos hacia la derecha, se supone que estamos recordando para responder; pero cuando lo hacemos hacia la izquierda es señal de que inventamos parte de la respuesta. Imagino que no será tan fácil y que este ejemplo, por otra parte tan maniqueo de diestra y siniestra, estará lleno de matices, pero qué cantidad de decepciones evitaríamos y/o cuántos objetivos alcanzaríamos si fuéramos capaces de controlar nuestro propio lenguaje no verbal e interpretar el de quienes nos rodea. Por cierto, ¿una partidita de mus?