Dos son los elementos de los que más se ha nutrido la literatura (desde ya que el séptimo arte) a lo largo de su historia: la venganza y la justicia.
Titulamos hoy con el pensamiento de Confucio que viene a corroborar que al hombre o mujer (en general cualquier colectivo humano) que le mueva la venganza, no sólo no hará justicia, sino que terminará afectando de manera a veces definitiva, su propia vida.
La historia señala que cada vez que un grupo político se tomaba venganza sobre los que consideraba sus enemigos (no necesariamente sus opositores políticos) porque estaba en el poder, desde el inicio comprometía no sólo su futuro sino el de la nación en su conjunto. Ejemplo muy reciente en la historia contemporánea, es el de la dictadura argentina que campeó a sus anchas entre 1976 y 1983, incurriendo en las más violentas atrocidades y violación sistemática de los derechos humanos, justificando sus actuaciones en que había que derrotar al enemigo subversivo. Es evidente que cayeron miles de inocentes, que por ejemplo, por perseguir la búsqueda de mejoras sociales de un colectivo como los presos, eran considerados elementos marxistas y peligrosos para la seguridad de la nación. Así le fue a la Argentina y cuántas décadas ha costado eliminar ese sentimiento de odio y venganza.
Por ello, lo de “cavar dos fosas”, porque todo vengador que siempre actúe llevado por una venganza sin sentido de justicia, también terminará ocupando una de las dos que Confucio advirtiera a su pupilo que cavara, en caso de que eligiera definitivamente el camino del ajuste de cuentas.
Estamos asistiendo a tiempos convulsos, un mundo peligroso e injusto a escala planetaria, en el que los valores y principios que deben regir la conducta humana forman parte de las hemerotecas, pero no son asumidos en los hechos por quiénes tienen la responsabilidad de diseñar y aplicar las políticas en un país.
Puede haber mucha injusticia, como de hecho se ha producido en Europa, como consecuencia de políticas de austeridad que han provocado sufrimiento, exclusión social, paro, desnutrición infantil y obviamente, falta de justicia social. Pero no por ello los ciudadanos emprenden el camino de la venganza. Sólo tienen uno a mano: el de las urnas y exigir a sus representantes el cumplimiento de la ley y unas políticas que combatan la desigualdad, que es unánimemente considerada por los más importantes analistas del mundo, como la mayor responsable del nivel de pobreza que se ha llegado a tener en países como Grecia, Portugal o España.
Existe una tendencia propia de la naturaleza humana una vez que se ha cometido una falta, o más grave aún, cuando se trata de un delito, de actuar de dos maneras inequívocas que delatan al “infractor”: negar su responsabilidad achacándola a otro u otros; justificar lo injustificable mediante la manipulación de la información.
Hasta aquí no habría en principio consecuencias dolorosas para nadie (no ha surgido la venganza aún), sino que se habrá visto afectado el patrimonio de los que fueran perjudicados por las tropelías (engaño, estafa, abuso de confianza, etc.) de los que las perpetraron.
La cuestión es que cuando existe un estado (incluso en la China antigua) que castiga los desmanes de los que delinquen, las víctimas reciben el alivio moral del reparo por el castigo de la culpa en cabeza de los culpables. Aunque fuera un estado dictatorial de una dinastía china, lo que imperaba en el momento preciso en el que se cometiera un delito, era un código escrito (a veces oral transmitido como parte de una herencia cultural) que castigaba las acciones que son vedadas en una determinada comunidad.
Ahora bien, si tenemos claro que la venganza no es justicia, tampoco la habrá en la medida que impere la impunidad en una sociedad, y más aún, será el semillero de más y más corrupción, que terminará germinando a su vez en más injusticias y decisiones arbitrarias
En los “Jucios de Nuremberg” (nov. 1945-oct.1946) se juzgaban simultáneamente crímenes de guerra y otros que se llamaron “crímenes contra la humanidad”, en este último caso, cuando se enfrentaban a hechos de exterminio y muerte en masa, lo que incluye el genocidio, cuando corresponde a todo un grupo étnico y/o religioso determinado como eran los judíos.
Pero lo que debemos extraer de los también llamados “Procesos de Nuremberg”, es que el objetivo del tribunal fue en todo momento actuar en función de pruebas concretas y testimonios que fueran perfectamente constatados, porque no se quería dar la sensación de que había vencedores y vencidos. Se garantizaba un proceso justo y la aplicación de la justicia universal para la reparación de los crímenes cometidos.
Pero el alto tribunal a instancias de un fiscal alemán, tuvo muy en cuenta su petición de que “no sólo se estaba juzgando a los acusados por estos crímenes, sino que se estaba juzgando a todo el pueblo alemán”. Y esto a tenor de esa misma justicia universal que afirmaba defender el Alto Tribunal, no podía permitirse que ocurriera.
La finalidad era clara: la comunidad internacional quería dar ejemplo de que estos crímenes no quedasen impunes, asegurándose que al mismo tiempo hubiera una sensación clara de que se había actuado de acuerdo a derecho y con sentido de justicia. Que nadie quería vengarse del pueblo alemán.
¿Qué pasaría si mañana (elecciones de 2015) un nuevo partido en el poder quiere juzgar a toda la clase política?
Sería un auténtico despropósito, porque la única garantía para la preservación del estado de derecho es que uno de los tres poderes, el Judicial, pueda actuar de manera libre e independiente, y en su caso procesar y juzgar a todos y cada uno de los políticos corruptos en base a las pruebas que de manera irrefutable tipifican los delitos que supuestamente habrían cometido. No hay otro camino más que la justicia.
Quién elija, como dijo Confucio, el sendero de la venganza, terminará también ocupando una de las fosas que el destino le tenga reservado.
El día que no haya justicia para cada uno de nosotros (con las debidas garantías procesales) no habrá justicia para nadie. Y esto es lo que hay que cuidar, o mejor dicho: PROTEGER.