Cuenta la historia que al paso del féretro del presidente Abraham Lincoln, llevado sobre un armón (carro de transporte de munición de artillería) y tirado por caballos, una mujer negra le dice a su hijo pequeño: “honra y saluda al hombre que te ha hecho libre.” La imagen de la mujer enseñando a su hijo quién era la persona a la cual debía honrar, refleja el tremendo legado que dejan los grandes líderes.
Vivimos tiempos convulsos. Un simple error en la gestión de un problema por parte de una empresa, puede significar su salida del mercado. En el caso de una medida política que reciba una gran contestación social, puede ser el inicio del fin de un gobierno. No cabe duda que como los problemas y desafíos a los que se enfrenta la sociedad actual son muy complejos, los fallos en las actuaciones de parte de los políticos son como un amplificador de sonido, que escuchamos no sólo más alto, sino con más frecuencia.
Es en este tipo de contextos sociopolíticos en dónde se puede tomar la auténtica medida del liderazgo. Los grandes líderes no lo fueron porque su gestión fuera un remanso, por el contrario siempre se enfrentaron a aguas turbulentas que tuvieron que sortear.
Ni los grandes líderes nunca mueren, ni el buen liderazgo deja de germinar jamás en renovados y promisorios valores representados por nuevas generaciones, que siempre recogen el testigo de aquellos precursores. De ahí que los grandes líderes provoquen siempre que el alcance y dimensión de su liderazgo ejercido, se proyecte durante décadas, a veces siglos, a las generaciones venideras.
El liderazgo no se mide ni en centímetros ni en pies. Pero si es que podemos considerar una manera de medirlo, es por el impacto que tienen en sus respectivas sociedades, los líderes que lo ejercen. Absurdo sería afirmar que Winston Churchill hubiera ejercido una medida mayor de liderazgo que Rooselvelt. Lo que sí tiene medida –aunque no métrica- es el alcance y la dimensión del liderazgo ejercido. Y es en este punto en dónde se diferencian claramente algunos tipos actuales de liderazgo.
Siempre tenemos cierta tendencia a efectuar comparaciones. También se dice que éstas son odiosas, que cada persona debe valorársela en su época de acuerdo con los valores de su tiempo. ¿Pero qué sucede con un Leonardo da Vinci? ¿O no es acaso imposible valorarlo en el contexto en el que le tocó vivir, si no considerásemos las repercusiones de su obra en los siglos venideros? Por supuesto que no llegaríamos a comprender su mente tecnológica y científica que pocas personas de su tiempo comprendieron, sino tuviésemos en cuenta la importancia de su legado.
En cuanto dejamos la historia y nos abrimos paso revisando el liderazgo actual, lamentablemente salvo raras excepciones, podemos hablar de grandes líderes políticos en el presente. En cambio, sí podemos decirlo en cuanto a destacados líderes organizacionales que han sido o son referentes claros en el crecimiento de sus respectivos países, caso por ejemplo, del desaparecido Steve Jobs, o de los aún considerados más importantes referentes del liderazgo empresarial actual, como Bill Gates, Warren Buffett, Richard Branson, entre otros. Digamos que si tuviésemos que conformar un equipo de fútbol de liderazgo organizacional y otro de liderazgo político, los equipos de líderes empresariales corresponderían a la primera división y los de los líderes políticos a segunda o tercera. O sea, sería un mal partido y muy aburrido.
La mediocridad es como un virus que se ha apoderado del liderazgo político y basta ver cualquier acción que se implementa o medida de política económica o social que se proponga, para dimensionar la falta de ideas, el llegar siempre tarde, las carencias que tienen en materia de unos mínimos de sensibilidad social y especialmente una atrofia en las facultades para vislumbrar un futuro.
Si no fuera así, un país como España no dejaría que se produjese un éxodo masivo de jóvenes promesas profesionales que finalmente serán capitalizadas por otras sociedades. Esto no puede responder a otra categoría más que a la de liderazgo mediocre.
Las características que asume cualquier líder político mediocre, pueden manifestarse (como en una gripe) con algunos síntomas como:
- Información escasa o tardía cuando no manipulación de la información.
- Tendencia a no asumir las responsabilidades que corresponde a las acciones y decisiones tomadas.
- Falta de empatía y sensibilidad manifiesta con determinados colectivos que sistemáticamente no son escuchados.
- Endogamia como principio de actuación, creyendo que la solución de todos los problemas se pueden atender sólo con personal del partido o vinculado al gobierno.
- Toda decisión tomada se fundamenta principalmente en intereses electoralistas y no en la solución de medio y largo plazo que se requiere.
Una garantía para las sociedades actuales si quieren generar buenos líderes para el futuro, tendrán que ocuparse de un modelo educativo que contemple formar a los que son líderes potenciales.
Fomentar el espíritu emprendedor desde el colegio y el sentido de responsabilidad de las acciones que se llevan a cabo, es necesario que se haga desde edades tempranas.
Que no se tenga miedo o indiferencia a la política, porque lo que hay que enseñar es que justamente toda nuestra vida depende de políticas y de políticos, que nos pueden facilitar las cosas (los grandes líderes) o complicarlas (los líderes mediocres).
La formación en liderazgo en esencial para conformar una nueva capa societaria de valores que vean en el colaboracionismo profesional, la sensibilidad social y el rechazo a las actuaciones que estén reñidas con la ética, unos nuevos principios de actuación que vaya perfilando líderes tanto en organizaciones como en la política con sentido de servicio hacia los demás, de entrega por una causa y de un irrefrenable concepto de que la justicia y el deber están por encima de cualquier otra consideración.