La tecnología avanza con el fin de facilitarnos la vida. Internet de las Cosas mejorará el día a día en nuestros hogares, los dispositivos ponibles permitirán realizar un monitoreo de nuestra salud, el mobile commerce personalizará nuestras compras… Pero para que todo esto sea posible tendremos que desvelar los datos personales que nos soliciten. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad en aras del progreso? ¿Quién regula la cantidad de informaciones que se almacenan sobre nosotros? En un momento en el que los gobiernos están en tela de juicio tras las revelaciones de Snowden, los usuarios no tendrán más remedio que protegerse a sí mismos.
Antes de la llegada de Internet, el ser humano sabía hasta dónde podía llegar para no invadir el derecho a la privacidad de otras personas. A esto ayudaba que no fuera tan fácil recopilar datos sobre la gente, por ejemplo a la hora de comprar. Cuando ibas a una tienda, elegías un producto, pagabas en efectivo y te marchabas sin dejar mayor rastro. En la actualidad, ni siquiera es necesario entrar en el establecimiento: ciertas balizas instaladas en la calle localizan nuestros smartphones para enviarnos descuentos y promociones de los comercios más cercanos. Si además el cliente acaba comprando, estará compartiendo desde sus datos personales a los bancarios, pasando por sus preferencias a la hora de adquirir productos. La recopilación de todas esas informaciones se ha convertido en el gran negocio del siglo XXI para las empresas y en un filón para los ciberdelincuentes.
El tecnólogo Bruce Schneier aseguraba en un artículo publicado en la web “Wired” que, sin darnos cuenta, vivimos en un nuevo sistema feudal. Hemos comprometido nuestra lealtad a Google, Apple, Facebook o Amazon. Estas compañías son los señores feudales y nosotros sus vasallos. Aunque rechacemos ser leales a todos ellos, se está volviendo cada vez más complicado no serle fiel al menos a alguno.
En este sistema, ¿cómo podemos proteger nuestro derecho a la intimidad? La experiencia nos ha demostrado que no podemos confiar en que las empresas harán un uso responsable de nuestros datos cuando lo que les mueve es un interés económico, ni que los gobiernos nos protegerán ante posibles amenazas tras saber que se benefician de las lagunas legales para espiar a sus ciudadanos, un escándalo destapado por Snowden.
Aleecia M. McDonald, directora de privacidad del Centro para Internet y la Sociedad de la Escuela de Derecho de Stanford, asegura que lo ideal sería que los productos incluyeran ya esa seguridad desde el momento en que son diseñados. El movimiento europeo “Privacy by Design”, mencionado también por el periodista Doc Searls en su blog, pretende casar la privacidad con la tecnología. Muchos desarrolladores, empresas y gobiernos están empezando a seguir sus recomendaciones.
Es hora de que creemos entornos normativos que nos protejan de los vasallos si queremos dejar de ser siervos. Pero hasta que esto sea una realidad, los usuarios tenemos que combatir las amenazas con las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Elisabeth Dwoskin, del “Wall Street Journal”, enumeró algunas de ellas: desde programas de bloqueo de anuncios como Adblock Plus, a PrivacyFix y Privowny, que nos permiten conocer la vulnerabilidad de nuestros datos.
Un cambio de mentalidad está en marcha. Para Doc Searls, ahora solo es necesario poner en práctica protocolos sociales, técnicas y políticas para el mundo digital que coincidan con lo que siempre hemos entendido como protección de la privacidad en el mundo físico.