Napoleón Bonaparte a sus tropas mientras cruzaban el Valle de los Reyes, frente a las pirámides de Egipto.
¿Debe el líder aferrarse a la historia (organización, país, etc.) como algo dogmático o realmente extraer las experiencias útiles, por más traumáticas que hayan sido? Una simple lectura de la historia europea del siglo XX parece confirmar que se han repetido los errores, por no aprender de la historia y por no respetar ni el alcance ni la dimensión de los sucesos que marcaron el destino de Europa.
Quienes venimos estudiando hace años las distintas facetas del liderazgo, estamos persuadidos que los grandes líderes siempre han sentido veneración, ya sea de hechos o de personas relevantes de la historia, aunque cada uno lo “procesara” con su particular forma de ser y sentir. Pero digamos que un líder efectivo no desprecia la historia. En una organización, su cultura; en un país, los políticos que deben respetar los viejos logros que están ahí como testigos del pasado.
Una cosa es querer mejorar lo que tenemos y otra muy diferente, erradicar lo que representa el pasado porque ya no conviene a los intereses que defendemos. La historia no entiende de intereses, porque ya transcurrió y es lo que es.
La historia y sus hombres tejieron lo que hoy somos, primero como especie y después como sociedad. Traigo a colación esta anécdota de la campaña de Napoleón en Egipto, porque por más que estamos como sociedad a escala mundial, obsesionados por la tecnología y el futuro, si no respetamos nuestra particular “piedra roseta” de la historia, estamos condenados al fracaso. De hecho, parece a tenor de los acontecimientos bélicos recientes en diferentes partes del mundo, que aún se sigue haciendo historia –o al menos pretendiendo- al ritmo de las balas, como si éstas no hubiesen sido utilizadas en el pasado. No comprendemos que las armas no sirven para zanjar disputas, sino para crear nuevas y profundizar las antiguas.
Desde la óptica del liderazgo actual, no pareciera que los líderes, en particular los políticos, les preocupe demasiado aprender de la historia, y lo que es más grave, reconocer que esa historia es una e indivisible. Que no se puede cambiar porque ha transcurrido y la convierte en un hecho objetivo, posiblemente materia de estudio e investigación, pero jamás revierte sus pasos.
¿Cuál es el problema para que cueste tanto extraer las lecciones de épocas pasadas? Especialmente cuando no fueron bien las cosas.
Vivimos condicionados por un reloj del tiempo que no controlamos. No a nivel individual de cada uno de nosotros, sino como sociedad. La clase dirigente empresarial tiene en las start-ups tecnológicas así como en los nuevos emprendedores (los Jack Welch, Lee Iacocca del presente) a gente muy joven que están con sus nuevos desarrollos, especialmente en el mundo de las comunicaciones, trastocándolo todo aunque no nos demos cuenta. Porque la transformación de una sociedad es en realidad silenciosa, a veces no se comprende. Lo que Charles Handy dio en llamar “The age of unreason” (La era de la sinrazón).
Pero no porque nos veamos sorprendidos por la velocidad de transformación cultural que se produce en organizaciones y consumidores, debe prescindirse de la experiencia pasada incorporada a las circunstancias presentes. Es la llamada cultura corporativa que habitualmente referimos como “cultura Coca-Cola” o “cultura IBM” porque son referentes - en sus respectivos sectores de actividad- de empresas vanguardistas, que siempre están por delante pero que respetan y veneran su historia.
En el terreno político, el problema fundamental que tiene la clase política a escala mundial a nuestro entender, es por partida doble: por un lado, enfrentarse al hoy con mecanismos mentales de solución de problemas del pasado, sin tener en cuenta que las circunstancias han cambiado sustancialmente; otra cuestión aún más grave, es que no puede justificarse y menos comprenderse este tipo de errores en el liderazgo en general, cuando no se ha sabido aprovechar la tremenda cantidad de información de la que se dispone (el llamado Big Data) que configura un gran cerebro colectivo.
Un líder efectivo tiene la obligación de aplicar bien e interrelacionar todos los datos disponibles, gracias al intercambio de experiencias y conocimientos a través de las poderosas redes sociales e Internet, que configuran lo que se llama “el conocimiento colectivo”, o también la “inteligencia colectiva”.
Pero no habrá ninguna ventaja real de cara al futuro si no se han tenido en cuenta las experiencias pasadas, especialmente las traumáticas que nos han llevado al fracaso. Por tanto, cuando nos impacta el paso de Napoleón frente a las pirámides y la arenga a sus tropas en señal de respeto, es justamente que debemos respetar nuestro particular paso frente a las pirámides de nuestra vida cotidiana: respetando lo heredado, las cosas bien hechas, las enseñanzas y cultura de nuestro pasado. Todo lo que habitualmente referimos como nuestros principios y valores.
Teniendo en cuenta la transformación que está ocurriendo en todos los estamentos sociales, porque ni la ciencia ni la tecnología –como alguien dijo, no duermen de noche- se pararán ni un segundo porque forma parte de nuestro devenir histórico. Lo podemos hacer más fácil o más complicado, pero lo que sí es seguro, que no cambiaremos el destino del progreso y las metas que queremos cubrir, si no hemos aprendido de la historia y lo más importante, si no la respetamos.