Siempre insisto a mis lectores en la importancia de la transmisión de experiencias, propias y ajenas, incluso aquellas que nos dejan la literatura, los viajes y especialmente el cine, cada vez que haya un mensaje que dar. No en vano, el storytelling es un procedimiento utilizado en la formación en liderazgo.
En una de sus obras maestras, Clint Eastwood relata en “White hunter, black heart” (1990), la historia de un director de cine norteamericano que arruinado en sus finanzas, decide emprender la aventura que le permitirá volver a ser un realizador de éxito y sanear su economía.
Se reúne con su guionista Pete Verrill, y juntos revisan el guión en la mansión de un aristócrata inglés en la campiña inglesa. Pero en la mente de John Wilson (el director interpretado por Clint Eastwood) surgirá una y otra vez el interés que para él tiene viajar a África y hacer un safari para matar a un elefante, independientemente de realizar la película.
Esta pieza maestra de Eastwood me ha servido durante estos años, para ejemplificar una serie de actitudes emocionales que los diferentes personajes ponen en escena y como diría Shakespeare, “todos somos actores en el gran escenario de la vida”.
Justamente en la formación en liderazgo, nos preocupamos por enseñar qué actitudes y emociones son esenciales para que la gente siga al líder y se sume al proyecto común que comparten desde cualquier organización. El filme de Eastwood nos deja unas “piezas” imperdibles, tanto para el séptimo arte como para el liderazgo.
El primer “encontronazo” entre director y guionista, se produce cuando previo a emprender el viaje a Kenia, discuten sobre el final del guión, que en principio es cuestionado por Verrill y que provoca una reacción muy “intelectualizada” de parte del director.
Al criticarle el final en que mueren todos después de haber vencido a la selva, los indígenas, los animales, etc., lo que le parecía al guionista un golpe bajo al espectador, la respuesta del director fue contundente: “a ti te interesan los 25 millones de personas que van a ver la película, pero si trabajas conmigo no te tiene que influir para nada la gente”.
En cambio, Verrill sostiene que sí se tiene que respetar el gusto de la gente si se quiere estar en el negocio del cine. Wilson responde entonces con la siguiente reflexión: “mira Pete…nosotros (en referencia a los directores) somos como pequeños Dioses que vamos narrando la historia de las personas que intervienen y les damos un final en función de los méritos que hayan reunido en los rollos 1, 2, 3…etc. (los rollos de película), y para nada nos dejamos influenciar por el público”.
Y agrega: “hay dos formas de actuar en la vida: una es escribiendo finales felices, haciendo lo que el público quiera, no contradecir a nadie, y cuando eres un cincuentón bien conservado tu parte salvaje te ha comido los músculos del corazón; la otra forma, es escribir y hacer lo que uno quiere sin importarle lo que opinen los demás”.
Enfocado desde el ámbito emocional, las dos posiciones son claras: Verrill piensa en el público (el consumidor) y Wilson solamente en su obra que no la quiere contaminar con las expectativas y gustos de la gente. El primero se pone siempre en el lugar del otro; mientras Wilson no le importa empatizar porque para su filosofía de vida, lo que prevalece es su capacidad de crear arte, que como esos “Dioses” a que hace referencia, no pueda ser cuestionado. El líder jerárquico convencional al que no se le puede contrariar ni contradecir.
Cuando ya están en el Hotel Lago Victoria en Kenia a la espera del resto del equipo, aprovechan a repasar el guión con los retoques que ha hecho Verrill, que le lee a Wilson algunos pasajes y le pregunta qué le parece. El director responde: “lo estás complicando. El arte siempre es mejor cuando es sencillo. Stendhal lo comprendió, y también Hemingway, Flaubert, Tolstoi…la sencillez los hizo grandes”.
El mensaje detrás de esta reflexión, es que no hay mejor forma de comunicar, que con la palabra directa, simple, llana, sincera. Igual ocurre en el ejercicio del liderazgo, sea en el top Management o mandos intermedios, con gente a cargo a los que convencer no con palabras bonitas de cuál es el objetivo que tienen ente manos, sino cómo van a cumplirlo exponiendo claramente los pros y contras, los beneficios para la organización y el equipo, etc.
Wilson hace referencia a que Hemingway: “no complica los personajes con las especulaciones que tenemos las personas, sino que limita su análisis a cuestiones sencillas y directas como violencia, odio, muerte, amor, pasión”. El líder efectivo tampoco complica las relaciones interpersonales porque no habla de lo que él quiere mostrar, sino de lo que efectivamente es. La percepción no es más que una ajustada aproximación a la realidad, con pocos desvíos, lo que lo hace altamente eficiente y cometer pocos errores.
Pero estoy seguro que interesará en particular la obsesión de Wilson de cazar a un elefante, porque demuestra hasta qué grado las pasiones descontroladas pueden ser muy negativas. En un diálogo sin desperdicios, cuando llega el productor y socio de Wilson, Paul Landers, se reúne con Pete Verrill de manera urgente para evitar que éste deje la película y regrese a Londres, porque estaba absolutamente abrumado por esa obsesión de Wilson de hacer el safari y posponer de manera indefinida el inicio de la película.
“Imagina Pete…que va a ser de la moral del equipo si tú te vas”, le dice Landers. A lo que Pete responde: “Es que no te das cuenta que este hombre está loco, que tiene una obsesión y que como cualquier pasión descontrolada, es enfermiza y destructiva”.
Me ha interesado siempre este diálogo, porque evidencia la importancia de las personas del entorno en su valoración que hacen del líder. En un momento determinado, siempre hay un Pete Verrill que quiere bajarse de un proyecto. Pero será tarea de otro Paul Landers evitar que esto se produzca, para lo cual deberá lograr que además de su obsesión, cazar el elefante, inicie el rodaje porque cada día cuenta en tiempo y dinero. Lo mismo sucede con los entornos de la dirección, a veces más o menos protegidos por el líder, y también la protección que éste recibe de su entorno más próximo.
Nunca hay en la vida real directores de empresa o de cine como el John Wilson descrito por Eastwood. Sólo hay equipos de personas que siguen a una de ellas que en su rol de líder, ha señalado el camino, preocupándose porque su gente aprenda, comprenda y participe de las decisiones que se toman, implementen las acciones y sean solidarios con ellas, asumiendo los fracasos como de todos y también los éxitos, pero sin vanagloriarse demasiado. Este tipo de equipos y de liderazgo es el que finalmente triunfa.
El liderazgo de Wilson creado e interpretado magistralmente por Eastwood, en realidad no es liderazgo, sino autoritarismo del que ya, gracias a Dios, quedan pocos vestigios “vivos” en las organizaciones.
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