Hay relatos que nos conmueven y nos hacen reflexionar sobre la inescrutable condición humana. Y de todo lo que leo, en los últimos años hay uno que me ha tocado la fibra más íntima: el que hace Paul Sullivan y que condensa con su habitual maestría Selecciones del Reader’s Digest.
Se trata del encuentro que cada dos años un grupo de los más distinguidos chelistas del mundo y otros apasionados de este instrumento —lauderos, coleccionistas, historiadores— llevan a cabo en el Festival Internacional de Chelo en Manchester, Inglaterra. Se celebran seminarios, recitales, etc. y cada noche aproximadamente son 600 las personas que asisten a un nuevo concierto.
Fue en el festival de 1994, en el que Sullivan dio un recital de piano. Pero la noche de inauguración el programa constaba solamente de obras para chelo. Una de esas interpretaciones – la otra sería una sorpresa – estaría a cargo del mundialmente famoso Yo-Yo Ma.
La historia que antecede al encuentro
El relato de Sullivan describe que “el 27 de mayo de 1992, una de las pocas panaderías de Sarajevo que aún tenían harina, seguía repartiendo pan entre la gente hambrienta y abatida por la guerra. A las 4 de la tarde había una larga fila en la calle. De repente, un proyectil de mortero cayó en pleno centro de la misma y, con una explosión de carne, sangre, huesos y escombros, mató a 22 personas”.
Fue cuando a pocos metros del lugar que vivía un músico de 35 años llamado Vedran Smailovic, que hasta antes de la guerra de los Balcanes, había tocado el chelo en la Ópera de Sarajevo, y al ser testigo desde su ventana del tremendo poder destructivo, no pudo más que romper su silencio y hacer lo que mejor sabía: música en el propio campo de batalla.
“Todos los días durante los 22 que siguieron, a las 4 de la tarde, Smailovic se ponía su traje de gala, tomaba su chelo y caminaba en medio de la batalla que se peleaba en torno de él. Colocando una silla de plástico junto al cráter dejado por el proyectil, tocaba en recuerdo de los muertos el Adagio en sol menor de Albinoni, una de las piezas más tristes e inquietantes del repertorio clásico”
A su alrededor edificios destrozados, incendiados y el olor a muerte por doquier, pero él tocaba su música mientras la gente aterrada se escondían en los sótanos al mismo tiempo que caían las bombas y silbaban las balas.
Smailovic se manifestó así en defensa de la dignidad humana, los muertos de la guerra, la civilización, la compasión y la paz.
Smailovic por un milagro del destino salió ileso de los bombardeos y cuando esta noticia recorrió el mundo, un compositor inglés, David Wilde impresionado por lo ocurrido, compuso la obra para chelo solo que llamó “El chelista de Sarajevo” en la que dejó más que su impronta, la profunda indignación al mismo tiempo que la fraternidad que compartía con Smailovic.
Esa noche Yo-Yo Ma toca “El chelista de Sarajevo” y al final de una magnífica interpretación en la que pasó de la estridencia y fuerza al silencio final, todo el mundo enmudeció en la sala.
“Finalmente Ma miró al público y extendió la mano para llamar a alguien al escenario. Un escalofrío electrizante nos recorrió a todos al darnos cuenta de que era Vedran Smailovic, ¡el chelista de Sarajevo!”
Entonces Smailovic se levantó y caminó por el pasillo mientras Ma dejaba el escenario para ir a su encuentro. Se dieron un efusivo abrazo. Toda la sala irrumpió en un emotivo y estruendoso aplauso. Se escuchaban gritos y vítores. Y en medio de todos estaban aquellos hombres que, abrazados, lloraban sin reserva.
Y a pesar de estas historias que nos reconfortan, lamentablemente existen nuevos hechos terribles, como la reciente tragedia del naufragio en Lampedusa con más de 200 muertos y desaparecidos, que provocó indignación en toda la ciudadanía europea, que hasta el Papa tuvo que mencionar la palabra vergüenza.
Tenemos que aprender de estas lecciones de humanidad como la del Chelista de Sarajevo y las autoridades de cualquier país que esté próximo, como el caso de Italia, a una catástrofe de estas características, está obligado a intervenir, como lo hizo a su forma Smailovic en Sarajevo, porque entendió que lo único que no se puede devaluar es la vida humana.
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