A principios de año, los técnicos de Google realizaron una remodelación del software de su motor de búsqueda, el mayor de Internet. Entre mediados de febrero y finales de marzo miles de servidores vieron desplomarse su posicionamiento en los resultados de las búsquedas. Google dice que todo lo hace en defensa de los usuarios pero muchos de sus críticos afirman que lo que de verdad prima es el interés comercial del Gigante de la Red. Otros, aún más numerosos, dicen que en tiempos en que es técnicamente viable espiar las comunicaciones telefónicas del mundo entero es inaceptable que una empresa tenga el virtual monopolio de decidir lo que los internautas pueden ver o dejar de ver.
Panda y Pingüino
Google cambia su algoritmo –la base del software de su motor de búsqueda- unas 500 veces al año. La mayor parte de las veces se trata de meros retoques técnicos. Pero cinco o seis veces al año los cambios son mayores y afectan a la lógica de Googleboot, el robot que diariamente visita y evalúa decenas de millones de páginas web.
Esos cambios de lógica pueden tener un impacto tremendo, como sucedió entre febrero y abril de este año, cuando empezaron a funcionar a pleno rendimiento "Panda" y "Pingüino", los algoritmos diseñados, según Google, para detectar la manipulación del contenido de algunas páginas web para mejorar su posicionamiento.
Miles de servidores se vieron afectados. De la noche a la mañana, muchos vieron su tráfico reducido a casi cero, sobre todo entre los dedicados al comercio electrónico genérico, que a menudo son poco más que catálogos en línea -venta de música, ropa, servicios. Los que tenían una base de clientes más o menos establecida sufrieron también el impacto pero aguantaron mejor el temporal. No hay datos de cuántas pequeñas y medianas tiendas electrónicas han quebrado, pero son con seguridad centenares.
Google se defiende diciendo que, en realidad, los daños han sido "anecdóticos", "menores" u "ocasionales" y que, supuesto, los cambios son necesarios en defensa de los intereses del público a los que hay que defender de los villanos del ciberespacio.
Enfáticamente, los portavoces de Google dicen que Panda y Pingüino sólo actúan por y para la defensa de los sacrosantos intereses de los usuarios. Pero los cada día más numerosos críticos de Google dicen que el la voluntad de aumentar los ingresos de los anuncios por subasta de palabras -base del negocio de Google –ha podido terner bastante que ver con el tsunami de degradaciones de posicionamientos en los resultados de búsqueda de los pequeños comerciantes en Internet.
Googlebot visita cada día centenares de millones de páginas web. Analiza su contenido como le da a entender su software, indexa las palabras que le parecen más relevantes y adjudica a cada página un coeficiente que determina en qué lugar del resultado va a aparecer cuando un usuario lanza una búsqueda de una de esas palabras.
Tradicionalmente ese coeficiente se calculaba a partir del número de veces que aparecía el término de búsqueda en la página, considerado indicador de relevancia, y por la "autoridad" del sitio web que la alberga, estimada en función de los enlaces de otros servidores.
Nació así el oficio de optimización para los motores de búsqueda, basados en el mejor de los casos en atiborrar las páginas de palabras clave y en el peor de fabricar miles de enlaces desde servidores cuya única función era albergar enlaces de pago.
En principio, todos dicen estar en contra de separar trigo de paja; es muy cierto que hay multitud de sitios web que hacen trampas, algunos de ínfima categoría, a veces meras plataformas de venta online de dudosa honorabilidad, que le habían cogido "el fallo" al buscador y conseguían un buen posicionamiento a base de enlaces ficticios y técnicas de “sombrero negro”.
Pero Panda y Pingüino han hecho verdad de nuevo lo de los justos pagando por los pecadores. Los comerciantes pequeños, cuyas páginas web a menudo son técnicamente primitivas, "no optimizadas" han visto evaporarse sus ventas y no tienen la capacidad económica de rehacer de inmediato sus códigos para satisfacer a esos Molochs con nombre de animalito simpático.
Dos años preparando el golpe
Oficialmente Panda nació en febrero de 2011 y parece que ha tenido unos 15 "arreglos" desde entonces. Su función era detectar y penalizar las páginas con mínimo texto, los contenidos duplicados y la proporción excesiva de publicidad sobre contenidos.
Pingüino nace en abril de 2012 y es mucho más misterioso. Su algoritmo -secreto, por supuesto -se basa al parecer en la llamada "latencia semántica”, un sistema de análisis de texto extremadamente complejo que se basa en la inteligencia artificial y que exige disponer de ingentes capacidades de cálculo. Su objetivo era luchar contra toda una serie de prácticas manipuladoras, desde los contenidos fabricados a máquina hasta los enlaces de pago.
Y la gran cuestión es ¿quién controla al robot? ¿Quién garantiza que con la excusa de combatir los abusos Google no esté dando un golpe de Estado en Internet para controlar el comercio electrónico? Al cabo, dicen, la mejor protección para estar a salvo de Panda y Pingüino es apuntarse a uno de los grandes agregadores de comercio electrónico, sobre todo el propio Google Merchant Center, pero también Amazon.
Las nuevas normas de Google son vagas hasta la exasperación y tienen rango de ley de obligado cumplimiento. Pero las leyes, en los países democráticos, las redactan legisladores elegidos por los ciudadanos, no técnicos a sueldo de los ejecutivos de una empresa que ya hoy en día tiene una capacidad artística de incluso imponerse al hoy tan debilitado cuarto poder.
Inevitablemente, la espada de Damocles la ley antimonopolio empezará pronto a balancearse sobre la mostrenca cabeza bítica de Googlebot.
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