De supuesto cómplice del secuestro por parte de la dictadura militar de dos jesuitas a esperanza para América Latina. El volantazo de la prensa kirchnerista. Un beso todo lo puede.
El pasado día 13 de marzo, a la presidenta argentina, Cristina Fernández, volvió a atragantársele la tostada. Esta vez no la del desayuno, sino la de la merienda. Si bien es cierto que en este último caso no hizo público tan incómodo percance, e inclusive podría no haber sucedió en términos físicos; sí, en cambio, es sabido que se le atragantó el nombramiento de su enemigo político, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, a lo más alto dela Iglesiacatólica. Pronto, y apenas la fumata blanca se disipó por el cielo romano, la maquinaria kirchenerista se puso en marcha. Desempolvó el caso de los dos sacerdotes jesuitas secuestrados y torturados durante la dictadura militar. Bergoglio tuvo que declarar como testigo cuandola Justiciainvestigó el caso. Ninguna culpa. Con todo, y al igual que a la jerarquía dela Iglesiacatólica argentina, se le debe achacar falta de decisión para enfrentar a los militares en aquellas noches cuando los “Falcon verdes” hacían su siniestra rutina de secuestros que, en la mayoría de los casos, terminaban en torturas y asesinatos.
La prensa internacional se hizo eco del caso de los jesuitas secuestrados y una sombra cubrió, de golpe, al sonriente y nuevo papa. El orgullo de Cristina quedaba a salvo. Pero Bergoglio, ya bajo la sotana de Francisco, movió ficha y dejó a la presidenta primero, y a sus escribas después, en total estado de confusión: Cristina, que no tuvo que vestirse para la ocasión ya que desde la muerte de su marido y ex presidente, Néstor Kirchner, lleva un muy estudiado luto, tuvo la foto soñada: Francisco le dio su primera audiencia y la besó como símbolo de reconciliación. Del beso al milagro. El genocida mutó en Santo Padre para la inmensa mayoría de la tropa oficialista.
El editor de Clarín, Ricardo Kirschbaum, escribió que con sólo recorrer la cadena oficialista de medios “se puede ponderar la magnitud del volantazo” que metieron para quedar desenfocados con la positiva conmoción popular que significó la mutación del cardenal Jorge Bergoglio en el papa Francisco.
Página 12, el periódico más influyente de la cadena oficinista de medios, y principal vocero de la nueva mala que anunciaba al mundo el pasado del cura Bergoglio, publicó en portada, al día siguiente de la coronación del papa argentino, un artículo sumamente positivo hacia la imagen del ex arzobispo de Buenos Aires. Claro que el periódico fundado por el ahora opositor Jorge Lanata tampoco podía cerrar el caso Bergoglio con pena y sin ninguna gloria para la cabecera. ¿La fórmula intermedia? La encontró Eduardo Febbro, enviado al Vaticano, quien prefirió cargar las culpas sobre la Iglesiaen general: “El Vaticano la tiene guardada en sus archivos, verdad sobre la muerte colectiva que arrasó ala Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay en los años ’70 y ’80. Esa Iglesia debe una explicación a esas sociedades que vieron cómo los representantes locales del Vaticano pactaban con el peor de los diablos, el terrorismo de Estado. Francisco heredó muchas deudas pendientes de esa Iglesia Universal con lo particular del ser humano”.
El resto de los columnistas también optaron por hablar dela Iglesiacatólica y no centralizar culpas – y demonios – en el nuevo Papa.
En su homilía, Francisco habló del poder como servicio. El poder del beso lo explicó la prensa kirchnerista.