Recuerdo aquellos días en la facultad de Ciencias de la información (hace ya más años de los que me gustaría) donde nos enseñaban grandes máximas de lo que tenía que ser, supuestamente, el trabajo en el periodismo. Frases que a través del tiempo son familiares incluso a la gente ajena a la profesión: "Verificación de las fuentes, derecho de réplica antes de la publicación de una noticia, evitar la opinión en la información y, mucho menos, la manipulación intencionada para buscar efectos tendenciosos". Seguro que algún compañero de la profesión está desternillándose de risa en estos momentos al leer esas viejas doctrinas y la gran diferencia que existe con la realidad que nos rodea.
Éramos jóvenes y salimos de la universidad con la inocencia de la juventud y la vocación. En mi caso la realidad me golpeó en las narices ya en mi primer periodo de prácticas en una conocida cadena radiofónica cuando el jefe de informativos me dice: "Así se tire el obispo de la ciudad del campanario de la catedral, aquí no es noticia". Fue un estreno interesante que me hizo aterrizar en la realidad de los intereses, las líneas editoriales y demás detalles que se pasaron por alto durante cinco años de formación universitaria. Con el tiempo he vivido otras anécdotas como, por ejemplo, acallar un escándalo contra una gran empresa a cambio del aumento de su cuenta de inversión publicitaria en el medio de comunicación. En fin, Si los periodistas juntaran anécdotas de este tipo lograríamos batir el record Guiness al libro con más páginas de la historia. ¿Todavía hay alguien que se sorprenda de estas cosas? Pues sí, es sorprendente la cantidad de personas que creen a pie juntillas todo lo que leen, ven u oyen en los medios.
Hoy en día, salvando escasas excepciones, que a mi entender son islas donde se refugia el periodismo en estado puro, proliferan los periodistas mediáticos que aprovechan la credulidad de la gente para lanzar mensajes de muy dudosa veracidad, obvia carga de interés personales o empresariales y nulo trabajo de documentación. Eso sí, amparados en una expresión que mola mucho "Periodismo de investigación". Lamentablemente son programas que, en televisión por ejemplo, ni siquiera dependen del área de informativos, que se crean por productoras ajenas a la cadena y que basan su supervivencia más en el porcentaje de audiencia obtenido que por la seriedad del trabajo periodístico realizado. Eso sí, ponemos una cara conocida por delante para darle credibilidad y listo, problema resuelto porque el oficio y experiencia del manipulador por un lado, y la credulidad del espectador por el otro, terminan de hacer el pan con dos tortas.
Triste oficio el nuestro al que le han hecho olvidar su razón de ser a cambio de otro tipo de recompensas menos "espirituales" pero si mucho más pecuniarias. Ya lo decía Francisco de Quevedo: "Poderoso caballero es Don Dinero". Claro, así le fue al pobre hombre por ir diciendo verdades... No estaría mal que se reformara la carrera universitaria de periodismo (por muchos motivos) y que se añadiera una asignatura nueva que podríamos llamar "Gestión e interpretación del periodismo en relación a la conciencia y los principios".
Joaquín Mouriz Director de Marca, Comunicación y Publicidad Cetelem España. Grupo BNP Paribas @mouriz
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Comprendo que la mentira es engaño y la verdad no. Pero a mí me han engañado las dos.