Ya vamos para una década de crisis. Mala noticia. Aunque hay otra peor: el crack de la economía española parece no tener fin. Lejos ya quedaron los tranquilos desayunos viendo a los niños preparándose para ir al cole, tostada con aceite en mano. Hoy, la inmensa mayoría de los españoles podrían hacer suya la frase de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, cuando dijo, tras leer un artículo en El País sobre la economía española: “Me atraganté con la tostada mientras desayunaba”. La frase, ingeniosa, la soltó en un acto público en medio de su particular guerra con el gobierno español.
CFK, como se conoce a la presidenta en su país, tiene tantos seguidores como detractores. Para los segundos, representa fielmente el modelo del político populista latinoamericano. Gobierna a base de golpes de efecto. Le sacó provecho, cuando las encuestas estaban muy lejos de sonreírle, a la muerte de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, vistiendo un luto que ya se hace tan eterno como la muerte misma. Golpe perfecto, en términos de marketing político: resultó reelegida con el 54% de apoyo ciudadano convirtiéndose, de esa manera, en el candidato elegido con más votos en la historia de Argentina, superando al mismísimo Juan Domingo Perón. Luego, con la inflación y el malestar de la clase media argentina en aumento, sacó otro conejo de la chistera: la expropiación de las acciones de Repsol en YPF. Con este golpe de timón, explotó hábilmente el sentimiento argentino hacia una empresa que representa el orgullo nacional. El punto que nos ocupa no es la acción en sí misma, ya que todo indica que la experiencia de Repsol había resultado altamente negativa para los intereses de YPF, sino el modo empleado. El típico en estos casos. Puñetazo en la mesa y todos los españoles desalojados de la sede de la petrolera por la policía. Otro golpe de efecto que fue rápidamente acompañado por miles de banderas argentinas flameando a lo largo y a lo ancho del país, mientras la prensa adicta, pagada con fondos públicos en concepto de publicidad, se unía a la fiesta.
¿En qué se asemeja Artur Mas a Cristina Fernández? Agobiado por la crisis económica y primero entre los presidentes de las comunidades autónomas en llevar a cabo recortes brutales en el Estado de bienestar, pronto cayó en la cuenta que para mantener el poder necesitaba un golpe de efecto que pegue de lleno en el corazón de muchos catalanes. Conservador y nacionalista, mutó, de la noche del 11 de septiembre a la mañana del 12, en independendista. Al igual que CFK, eligió como rival a un contrincante – en rigor, al mismo – en posición muy comprometida. También, al igual que Cristina, editorializó la realidad. En cuestión de horas, una mayoría importante de catalanes pasaron de la preocupación por la situación económica y los recortes a la ilusión de la independencia. Agobiados, como la inmensa mayoría de la sociedad española, por las medidas neoliberales de Mariano Rajoy, vieron en la propuesta de referéndum lanzada por Mas un proyecto político que les devuelva la ilusión. Las ganas de creer en algo. Mas, como los populistas latinoamericanos, captó muy bien el humor social, y no tardó en subirse a una manifestación que le era ajena.
De ahí a llamar elecciones anticipadas enarbolando la bandera del independentismo fue solo un paso. Mas, con toda seguridad, logrará su reelección con un amplio caudal de votos cuando su imagen comenzaba a entrar en un peligroso declive. La prensa catalana tampoco dudo en seguir el camino marcado por el presidente de la Generalitat.
Como CFK buscó en su luto un aire místico, Artur Mas también rodeó su gesta de una áurea que lo trasciende. Con la solemnidad y seriedad que requería la situación histórica, anunció que cumplido el objetivo él se retiraba de la política, como lo hacen los Padres de la Patria. Con el orgullo nacional recuperado. Y con el dudoso honor de ser el primer populista nacido de la crisis económica.