Nada, no hay manera, no desfallecen. Lo mismo da que sea invierno que verano, que se celebren los Juegos Olímpicos o vuelva la Liga, que la economía española pueda ser rescatada o que deba ser rescatada.
Ellos siguen a lo suyo, aireando estudios sobre estrategias eficaces en Facebook, sobre 10 errores a tener en cuenta en Twitter, sobre cómo sacar el máximo partido a Youtube, sobre como hacerse oir en el desierto de Google+ o cualquier otro asunto que hayan podido rescatar del último rincón de internet donde acecha una ventana emergente con el mensaje “Game over”.
Son esos gurús de la nada, esos expertos en tuitear dogmas de fe de una religión de la que son sumos sacerdotes y sobre la que pontifican en cursos, congresos o cualquier reunión de amigos siempre que sea bautizada con la coletilla “&tweets”. Palabra mágica que puede sonar a música celestial a algún patrocinador despistado, posible socio capitalista de una orgía de egos regada con gin&tonics de autor (“la burbuja de la tónica no debe romperse sino llegar al fondo del vaso y, desde ahí, ascender por la copa para que se pueda degustar toda la paleta de aromas del combinado, aderezado con bayas de enebro y pepino..”).
Ellos son actores y público en esta representación teatral de una obra que escribieron otros y que han adaptado para el público español haciendo gala del buen inglés aprendido en su etapa universitaria en el extranjero o con la ayuda de Google Translator.
Estos gurús se muestran como personas unidimensionales, desinteresadas por su entorno, cautivos de un avatar con el que pretenden hacer fortuna en un mercado que se desinfla al mismo ritmo que las acciones de Facebook.
La entusiasta inmersión de sus seguidores en el mundo 2.0 les ha pillado de sorpresa. Así que, mientras siguen repitiendo los mismos discursos de hace años en salas cada vez más vacías, las redes ya formar parte de la rutina personal y laboral de millones de personas y empresas que no saben quién es Charlene Li ni qué demonios es el efecto Groundswell.
A estos egoistas les gusta el conocimiento compartido, pero mejor si eso significa retuitear el conocimiento de otros para, entre tuit y retuit, consolidar una marca personal aséptica, tan fría como la pantalla a la que dirigen la mirada para contemplar imágenes del cielo en la noche más hermosa.
Hablan de personas y conversaciones. Sin embargo, en un mundo que parece haber abandonado definitivamente sus sueños de libertad, igualdad y fraternidad no tienen opinión sobre nada que no afecte directamente a su negocio. El último estudio sobre la necesidad de que las empresas tengan presencia en redes sociales (informe que suele ser elaborado por los mismos que ponen precio a dicha presencia) es siempre más interesante que el efecto de la crisis económica sobre eso que dimos en llamar Estado del bienestar.
La enésima actualización de no sé qué programilla para su smartphone es más tuiteable que el número de familias españolas que se enfrentan a la pobreza cara a cara tras haber vivido “por encima de sus posibilidades”, según dicen ahora los que definieron esas posibilidades. La nueva aplicación educativa de la empresa de la fruta a medio comer importa más que el futuro de la educación que se imparte en nuestras escuelas.
La vida mancha y ellos son expertos en no dejar huellas que les puedan incriminar, no sea que pierdan puntos en Klout. Su coartada es el futuro, un futuro que en su caso apesta a pasado.
Diálogo de la película “Un, dos, Tres” de Billy Wilder:
C.R. MacNamara: Sólo entre nosotros, Schlemmer, ¿qué hizo durante la guerra?
Schlemmer: Trabajaba en un subterráneo.
C.R. MacNamara: ¿Luchaba con la resistencia?
Schlemmer: No, como conductor, usted sabe, en el metro.
C.R. MacNamara: Y por supuesto era usted anti-nazi y nunca le gustó Adolfo.
Schlemmer: ¿Qué Adolfo?
David Martínez Pradales
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