Esta semana planeaba escribir algo sobre la comunicación –utilizo esta palabra por entendernos- de nuestro Gobierno, pero se me adelantó Antonio Gutiérrez-Rubí que, además, sabe mucho más que yo de estas cuestiones.
Quería hablar también sobre la neolengua, que trata de dar forma a una realidad postiza, modelando un discurso público que es pura desvergüenza. Pretendía denunciar alguno de esos debates estériles entre las distintas fuerzas políticas que, lejos de plantear soluciones, agravan los problemas.
O avergonzar a esos demagogos profesionales con su chato discurso patriótico que, por ejemplo, consideran el himno nacional algo más necesitado de protección que el porvenir de nuestros hijos, que es el futuro de nuestro país.
No sé, quería verter algo de mi indignación como ciudadano de un país en el que todas las fotografías empiezan a adquirir tonalidades sepia.
Y justo ha sido una fotografía la que me ha hecho cambiar de opinión sobre el texto de hoy. Es ésta que reproduzco aquí y fue tomada por mi hermano Juan Pablo hace semanas. Una instantánea que yo asocio con algunos versos de la canción
David Martínez Pradales
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