Casi todas las semanas se celebran conferencias de expertos sobre “el futuro del periodismo” en las principales ciudades. Sería pues una delirante osadía intentar aportar grandes novedades a este debate intelectual, pero sí me gustaría hablar de lo que yo, como simple lector, pido hoy a la prensa.
Porque, más allá de otros condicionantes y con el permiso de analistas y gurús, creo que el futuro de la prensa depende de mí y de otros tantos que, como yo, consumimos sus productos.
Así, como lector habitual de periódicos, me da la sensación que éstos me ofrecen más de lo que yo quiero. Me explico: de cada periódico que cae en mis manos, sólo consumo tres o cuatro artículos y un par de noticias de cada una de las pocas secciones que me interesan
No obstante, en papel pago por todo el lote, sin discriminar. Es como si yo fuera vegetariano y, cada vez que comprara verduras, me obligaran a llevarme también filetes de ternera. Suena raro, ¿no?. De la misma forma, he de confesar que no me interesa el fútbol en absoluto y pago por unas páginas que no leo. Entiendo que esa páginas atraen lectores y publicidad, pero yo no vivo ni de los unos ni de la otra.
Con el tiempo me he dado cuenta de que sigo más a periodistas que a cabeceras. En el ámbito profesional sé quién escribe historias que me pueden interesar y leo sus artículos sin, a menudo, abrir ninguna página más.
En lo personal el espectro de intereses es mucho mayor, y quizás ahí sí me interese una información más variada, que me permita hacerme una idea más certera del entorno en el que vivo. Análisis y reportajes que ofrezcan ciertas coordenadas para encontrar alguna salida al laberinto en el que nos hallamos.
La tensión entre lo profesional y lo particular, lo especializado y lo general, quizás lo efímero y lo permanente, ya marcan distintos contenidos, soportes y tecnologías. La distinción entre lo digital y lo analógico parece que puede ser la solución a estos conflictos.
Pero el caso es que, cuando pienso en la prensa, lo hago en genérico, sin apenas pensar en cabeceras. Esto es, no me importa tanto el nombre que aparece encabezando la portada como quién firme el artículo, trabaje donde trabaje.
A menudo pienso que me gustaría editar mi propio medio utilizando herramientas de agregación de contenidos, accesibles a través de soportes digitales, para revisar cada mañana a mis periodistas de cabecera, escriban donde escriban.
¿Y pagaría por ello?. La respuesta es sí, y por un precio similar a lo que cuesta un –sólo uno- periódico en el quiosco. Pero la siguiente pregunta quizá sea más complicada: ¿A quién pagaría?: ¿Al periodista?, ¿al medio?, ¿a una plataforma común desarrollada por grupos editoriales que “representara” a periodistas de distintos medios?.
Quizás sea ya el momento de que los distintos grupos, que ya han planteado iniciativas comunes en el mundo digital relacionadas con el auge de nuevas plataformas de acceso a la información, lleven su colaboración un poco más allá.
El valor de estos grupos se corresponde con el valor que aportan sus periodistas y, por tanto, éstos deben ser los que protagonicen el futuro –si lo hay- de las empresas periodísticas. El modelo de negocio del futuro es, pues, el mismo que fue en el pasado: la información de calidad elaborada por profesionales capacitados para ello.
Imaginemos que una mañana enciendo mi tablet y entro en mi agregador de contenidos en el que me encuentro con los periodistas que me interesan en un medio editado a mi medida. Profesionales que podrían cobrar en función de las visitas o descargas de sus informaciones, compartiendo ingresos con la plataforma común de empresas editoriales. ¿Una especie de Spotify de artículos periodísticos?
David Martínez Pradales
Comunicador Corporativo
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