Los medios apuestan por el periodismo social. ¿O es una forma de esconder las carencias que deja tanto recorte de personal?
“El Libro Negro del Periodismo”, de Bernardo Díaz Nosty, intenta ser una radiografía de los principales males que aquejan a la profesión en la era digital. La novedad editorial quedó en cierta manera oculta por el revuelo mediático que suscitó su portada, en la que el editor, sin pedir ningún permiso a los comentaristas retratados, mostraba un momento del último noticiero de CNN+. La cadena informativa extinta quedaba así asociada al rastro de cierres y despidos que asuela el periodismo nacional.
Los hechos parecen corroborar que la CNN está gafada: pese a los recortes y ajustes efectuados, parece incapaz de parar la hemorragia de beneficios que la aqueja. En una vuelta de tuerca, la cadena (esta vez la matriz norteamericana; aquí en España, poco queda de la aventura empresarial que efectuó en su día) ha despedido recientemente a 50 personas más.
Al tiempo que las tijeras trabajan a destajo (perdón por el chiste fácil), la empresa ha lanzado una campaña a favor del periodismo social. Los espectadores de la cadena podrán convertirse en “ireporteros”. No sólo tendrán una cuenta en la web corporativa en la que, tras introducir su perfil, recibirán información susceptible de interesarles. Además, se les ofrece la posibilidad de “participar en la elaboración de información que les atraigan”. La iniciativa no es nueva para la CNN, que empezó a hacer pruebas con este modelo en 2006. En estos cinco años, la compañía afirma haber recibido material de cerca de un millón de personas.
Todo intento de implicar a los espectadores en la elaboración de noticias debe ser bienvenido, ya que ayuda a mejorar el alcance y la veracidad de la información. Cuantos más ojos estén al acecho, teóricamente, menos posibilidad hay de ocultar datos. Sin embargo, no deja de ser preocupante que los medios de comunicación fíen a estos métodos lo que no pueden pagar con periodistas profesionales. O dicho de otro modo: si nadie cualificado está recibiendo los miles de cables que envían los espectadores, ¿quién da sentido a la avalancha de información? ¿Quién es capaz de proveer de patrones intelectuales en los que encajar ese volumen de datos? Hace mucho que la abundancia dejó de ser un valor, pero las cabezas pensantes de la industria informativa no parecen capaces de encontrar aún el equilibrio financiero entre cantidad y calidad.
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