El 80% de los norteamericanos piensan que los medios de comunicación está presionado por poderes de toda índole, según un estudio de Pew Research Center. Y lo que es peor, el 77% piensa que estos medios ceden a presiones e intereses para ofrecer una información parcial, cuando no directamente inexacta. Antiguamente los mayores replicaban “lo ha dicho la radio” y tal afirmación daba por zanjada cualquier discusión en torno a la veracidad de una noticia.
Hoy la prensa se pelea a brazo partido con la televisión y la radio, pero también con las redes sociales, por dar noticias de última hora. También pugna con la blogosfera por desentrañar la relevancia de los datos que nos rodean. Transmitir desde la tribuna de un medio consolidado hoy no da marchamo de validez. Es más, a veces puede restar.
¿Y a dónde se vuelve la gente buscando información fidedigna, en una época de descrédito generalizado? Puede sonar curioso. Puede dar la impresión de que no tiene sentido. Porque cuando hay una carencia nuestro organismo está programado para intentar compensarla. Y sin embargo, con la credibilidad no pasa eso (o no parece que sea así), porque prosperan “granjas de contenidos” donde informadores amateur producen información a bajo precio para medios de todo tipo.
El rigor de una pieza valorada en 10 dólares no se puede comparar al resultado de una investigación de varios días (no digamos de semanas, que de esas hay pocas en la actualidad). Da lo mismo; las fábricas de noticias bajo demanda prosperan. Se estima que una de estas empresas Demand Studio, facturó entre 200 y 300 millones de euros a base de endosar artículos cuyos autores freelance o aficionados son retribuidos con salarios de indigencia.
¿A dónde van a parar estas piezas de dudosa calidad? En muchos casos a web presuntamente informativas, como Suite101; en ciertos casos a medios pretendidamente serios. En 2009, el diario canadiense Le Journal de Montreal sustituyó a sus redactores, que reivindicaban en una huelga el mantenimiento de sus condiciones laborales, por blogueros e informadores amateurs. Los anunciantes incrementaron su apoyo al periódico durante esta etapa. Los lectores también: la tirada y la circulación crecieron notablemente.
El estudio del Pew Research Center y el episodio de Le Journal de Montreal sorprenden por su incompatibilidad. ¿Cómo se pueden demandar informaciones veraces e impulsar un medio hecho con redactores aficionados? La explicación es compleja y, quizá, no deberíamos pasar por alto que el público es un ente multifacético que expresa con mil voces su variedad de intereses y gustos. Sería un error pensar que el mismo que demandan más rigor en los medios es el que deglute de forma acrítica una noticia redactada por su vecino en los ratos libres.
Salvando esta apreciación, el vigor del periodismo ciudadano (si es que eso existe) viene a recordarnos que si los medios tradicionales están siendo apeados por comunicadores individuales, blogs y portales de Internet es porque no están haciendo su trabajo: explicar al receptor qué es lo que está pasando a su alrededor, de una forma llana y entendible. Esto no quita que la actividad periodística, basada en la investigación y la contrastación de fuentes deba ser apreciada en su justa medida. Mal camino llevamos se la sociedad no soporta el coste económicamente mayor que la mera recopilación de datos pero socialmente útil del buen periodismo.
Por cierto, los periodistas de Le Journal volvieron a la redacción tras haber aceptar la rebaja de derechos que imponía el propietario, Québécor Media.
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