Los editores y estrategas de las empresas informativas se han convertido en las figuras más vilipendiadas de la actualidad mediática. No sólo los abanderados de la tecnología sino los teóricos del periodismo hace tiempo que les señalan como un elemento de parálisis en la evolución de los medios hacia fórmulas más acordes con la era digital.
Como dice el profesor Miguel Carvajal (UMH), ya no hay sitio para los que quieren vivir del periodismo tradicional, aunque se vista con un disfraz tecnológico.
En los últimos tiempos ha aumentado la conciencia de que el paso al periodismo digital no se ha completado con la puesta en marcha de versiones web de los periódicos, en las que los lectores pueden añadir al final del artículo de turno sus opiniones y puntos de vista. Es más, como sucede en la arena financiera, cada vez son más los que piensan que las reformas afrontadas hasta ahora no sólo han sido insuficientes, sino que muchas veces han sido una cortina de humo que impidió cambios reales y de mayor calado.
En esta coyuntura, los responsables de los medios se están llevando un varapalo que quizá no les debería tocar sólo a ellos. Estudios como el realizado recientemente por la Universidad Carlos III muestran que los periodistas tampoco están cambiando significativamente su forma de trabajar, para sacar partido informativo a las nuevas tecnologías. Tanto unos como otros reducen el uso de las redes sociales a un mero altavoz para incrementar las sagradas visitas a la web.
Frente a la estrechez de miras de estos cambios, han surgido en los últimos años personajes que pretenden dar un paso más en la digitalización de los medios. Uno de ellos, Arianna Huffington, acaba de pasar como una exalación por España, en olor de multitudes y alentando la conjunción de los valores clásicos y las nuevas potencialidades. No ahorró, de paso, puyas a los medios clásicos que contribuyeron a la crisis de credibilidad al no avisar de la inminencia de la crisis financiera o de la inexistencia de las armas de destrucción masiva. Razón no les falta a los críticos con la miopía de los medios consolidados, como ya resalta Ignacio Ramonet, en su libro “La explosión del periodismo”.
Otro de los críticos al statu quo mediático es John Paton, responsable de la editora de más de un centenar de periódicos locales estadounidenses, y de quien ya hablábamos la semana pasada. También él ha recomendado dejar de escuchar a “la gente de la prensa”. Como afirmaba en una entrada de su blog: “Llevamos más de 15 años intentando hacer de la web un negocio y no lo hemos conseguido. ¿Queremos éxitos? Pues quizá debemos dejar de escuchar a los profesionales del sector y empezar a prestar atención al resto del mundo”.
Muchos se preguntan si John Paton es el salvador que la industria informativa estaba esperando. Y quien dice Paton, puede poner en su lugar a Huffington y su defensa de la agregación de contenidos o Waldman (The Guardian) y las reuniones de redacción abiertas a los lectores. Es incuestionable que todos estos experimentos tienen su valor, pero los nuevos ejecutivos de la era digital tampoco tienen fórmulas milagrosas para salir de la crisis. A pesar de que el Huffington Post se arroga el dominio de los mercados (no hay más que ver la prodigalidad con que su responsable ofrece visibilidad al resto de medios), muchas pruebas se circunscriben a aspectos no esenciales de la industria para limitar los daños, en caso de fracaso. Muchos desearían transmutar los “dolares impresos por los centavos digitales” pero el secreto de la alquimia elude tanto a los viejos editores como a los nuevos responsables.
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