Datos a escala mundial
13.264.400 contagiados
576.237 fallecidos
7.730.045 recuperados
4.958.118 infectados
Pero no es cuestión de especular con porcentajes de mortalidad, si son más altos o más bajos que pandemias anteriores. Lo que está ocurriendo en el presente no tiene precedentes. Porque hasta este mismo día, todas las pandemias, caso de la gripe aviar, el Sars o la neumonía atípica, tuvieron en su lugar de origen, Asia, un impacto muy fuerte, pero la expansión de cada uno de dichos virus estuvo, podría decirse, bastante controlada.
No se extendió ni de la manera que lo está haciendo el Covid-19, ni tuvo estas cifras de fallecimientos y contagios, amén de que jamás había ocurrido que un virus pudiera paralizar la actividad económica del planeta.
Algunas reflexiones que debemos hacernos
Cuando vemos en las imágenes televisivas, por ejemplo, gente abrazándose en la calle sin mascarillas y saltando de alegría porque su equipo de fútbol ascendió a primera división después de 14 años, no es que no compartamos ese motivo de júbilo con los seguidores del club, sino que no entendemos por qué no puede hacerse la celebración dentro de parámetros normales de contención del virus, o sea medidas de protección personal, un mínimo de distanciamiento social, etc.
No puede ser que no comprendan estos jóvenes (en todo caso habría que exigirles responsabilidades) que lo que han hecho es un acto de imprudencia muy seria con un riesgo de que se produzca un rebrote masivo en Cádiz.
Es evidente que el confinamiento ha sido muy duro, especialmente para la economía del país y las familias. Pero ¿qué hubiera pasado si no se hubiera hecho? Las cifras de contagios y muertes se hubieran disparado, especialmente incidiendo en la población más vulnerable a partir de 60 años y muy en particular, las personas que han pasado la barrera de los 80 años.
No había otra manera de cortar el contagio. Pero ahora, que después de varias prórrogas debatidas en el Parlamento sobre la necesidad de ir poco a poco desescalando y lograr la libertad de movimientos, nos llegan los primeros reveses en una cantidad de rebrotes, son más de cien, de los que algunos de ellos están descontrolados, en regiones como Catalunya, debemos extremar las precauciones.
La pregunta es entonces, ¿por qué se siguen permitiendo aglomeraciones como las de los festejos del Cádiz?
Levantar el estado de alerta era una necesidad para volver a poner en marcha la economía. Pero contábamos con un comportamiento ejemplar de la ciudadanía -lo venía demostrando mayoritariamente durante el confinamiento- que como siempre ocurre hay un porcentaje minoritario que no lo está siendo.
Pero siempre hay buenos y malos. La cuestión es qué porcentaje de unos y de otros es el adecuado para una sociedad. Más aún: no es lo mismo si los malos son pocos en épocas normales o en época de pandemia.
Si no hubiera pandemia, que haya concentraciones multitudinarias en Mallorca y suponiendo que la gente se emborracha y corre la droga, porque hay turistas que aprovechan ese momento de divertimento extremo, el porcentaje sobre la totalidad de la población mallorquina sería poco representativa. Menos sobre la nacional. Pero cuando estamos bajo el influjo asesino del Covid-19, un pequeño porcentaje de turistas en Mallorca o de forofos del fútbol en Cádiz, según los modelos de simulación de propagación del coronavirus que ha revelado una prestigiosa universidad norteamericana de Boston, Estados Unidos, escapa a la comprensión de la mayoría.
Es de tal magnitud (progresión geométrica) el crecimiento exponencial en el que juegan en contra las horas que transcurren desde el supuesto contagio, aunque fuera una sola persona en el grupo la que estuviera contagiada.
Pero lo que ocurre es que la multiplicación absolutamente vertical (la curva de explosión del contagio) que estará influenciada por dicho factor tiempo, además de la cantidad de personas y muy especialmente, los movimientos que cada una de ellas haya realizado, que se convierten en un dato que ya es realidad: nivel de contagio descontrolado.
O sea, que si una persona que estuvo en contacto con otra que no sabía que estaba contagiada y sigue aún sin saberlo, en las siguientes 24 horas y sólo si se tiene en cuenta que se trasladó a su casa, el riesgo de contagio a otras personas con las que podría haberse cruzado en el trayecto, es casi imposible de cuantificar.
De ahí que el trabajo de los rastreadores profesionales que siguen los protocolos para ver el efecto contagio producido desde el momento en que se tiene constancia de una persona contagiada es vital. Por ejemplo, una persona que haya entrado por el aeropuerto de Barajas en un vuelo procedente de Bolivia, la cantidad de personas que entran en la ley de probabilidades de expansión del virus es sencillamente incalculable.
Se sabe que el rastreo es necesario pero no puede cubrir todo el posible espectro en el cual el virus ha actuado. Este es el peligro que, especialmente la gente joven no comprende, o peor aún, no quieren comprender.
La comunidad científica lo dice claramente, que lo único que va a detener el virus y su propagación será la vacuna cuando en pocos meses esté disponible, por lo que en este lapso la única herramienta conocida, amén de algunos fármacos que los médicos han estado utilizando en los pacientes en estado grave, sigue siendo la protección y el distanciamiento social.
No soy partidario de las medidas de fuerza, sino apelar a la responsabilidad de las personas.
Pero cuando es más cómodo ser irresponsable, esto debería tener un coste, por ejemplo, multas que ya se aplican en caso de que en un coche las personas que viajan no lleven mascarillas.
Y en Cádiz, ¿habría que multar a todo el mundo? Es poco práctico y ¡qué gobernante local lo haría! Desde ya que ninguno porque sería una medida muy impopular.
Entonces, cortemos de raíz las posibilidades de estos encuentros multitudinarios al menos hasta que los datos de rebrotes diarios estén controlados y que debemos evitar se sigan multiplicando como está sucediendo.