En las últimas semanas he tratado tanto el tema de la alegría como la felicidad, pero por separados. Hoy pretendo insistir pero compartiendo ambas el mismo escenario, a fin de que nos quede claro el alcance de cada uno de estos atributos, aunque al mismo tiempo tratar de discernir cómo funcionan en nuestra personalidad de manera convergente.
Primera pregunta que nos formulamos: ¿son emociones positivas? Por supuesto que sí. A continuación también el interrogante que se nos presenta es: ¿son deseables? También afirmativo, si cualquier persona quiere tener esa sensación de sentirse plenamente satisfecha con su vida y cómo está llevando sus cosas, tanto laborales como personales.
Ambos sentimientos tienen que basare siempre en alguna razón que es la que nos provoca ese estado de satisfacción. Pero para cada una de ellas, la naturaleza que la causa puede diferir y mucho.
Vamos a buscar en primer lugar la alegría en nuestro interior. Es que proviene desde lo más profundo de nuestro espíritu. De algún modo, nos da esa sensación placentera porque se está conectando –como alguien dijo- “con la fuente de vida que hay en todos nosotros”.
Las causas subyacen en cosas (hechos, palabras, expresiones, sentimientos, etc. de otras personas más o menos allegadas) pero que son excepcionales y satisfactorias. O que producen, aunque no sea de manera inmediata, satisfacción.
La fuente de alegría puede ser algo o alguien que apreciamos y valoramos mucho. ¡Pero cuidado! No se trata sólo de la alegría en nosotros mismos, sino aquella que se produce (nivel de satisfacción) en las personas que más queremos y valoramos.
En cuanto a la felicidad, no cabe duda que es una de nuestras más importantes emociones, en el que la personalidad de alguna manera estalla en un estado de bienestar.
¿A qué podemos llamar este sentimiento de bienestar? Es muy amplio, depende de las circunstancias de cada persona, además de cómo mira su interior al mismo tiempo de cuál es la forma en que interpreta su entorno. El equilibrio entre la percepción del ambiente exterior y el estado espiritual de nuestro interior, condiciona de manera determinante ese estado especial que es el bienestar.
En el camino hacia el bienestar, nos afloran estados de satisfacción, por ejemplo, por el comportamiento de un jefe en reconocimiento de nuestro trabajo.Podemos experimentar una alegría intensa si en el mismo ejemplo, en nuestra relación interpersonal con ese jefe, ha habido consecuencias concretas en cuanto a que se nos pide una nueva responsabilidad que impactará decididamente en nuestro desarrollo personal en la empresa.
La felicidad es simplemente el estado de ser feliz. Son muchos los factores que pueden causarla, incluyendo la buena fortuna y diversos placeres que nos provocan determinadas acciones, que tienen un significado diferente para cada persona. Por ejemplo, no a todos les gusta el deporte o salir de copas.
Por lo que vemos, la felicidad es el resultado de algo que está fuera de nosotros, pero que llegamos a obtenerla mediante la observación o mediante una acción concreta que hacemos.
Las relaciones humanas son las correlaciones más importantesque sirven de correa de transmisión de nuestra felicidad. Se extiende a través de las relaciones con nuestros amigos, familia, como también entornos personales más lejanos, como conocidos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.
Las mejores definiciones son aquellas que surgen de manera natural, a través de la visión que hacemos en nuestra mente de cómo funciona o para que sirve determinada cosa. Por ejemplo, en las organizaciones, se dice que los diferentes departamentos son como los órganos del ser humano y que la información que fluye forma parte del sistema nervioso de las mismas, lo que incluye por supuesto la dirección y planificación estratégica.
En el ámbito individual, podríamos equiparar este mecanismo funcional categorizando a la felicidad como situaciones operativas que se producen cada día o a lo largo de un período de tiempo, como si fuesen burbujas que van y vienen, a veces permanecen más tiempo y otras no, pero nos produce ese sentimiento de que somos felices en una medida razonable.
En cambio, la alegría al igual que el sistema nervioso de las empresas,es en nuestra personalidad el oxígeno que nos permite mostrarnos como personas auténticas, espontáneas, sinceras y transparentes, porque es nuestro ADN. No decimos que Pedro o Juan o Paloma son personas felices cuando nos impacta de cualquiera de ellos su personalidad, sino decimos que son personas alegres, que están predeterminando su propia estructura de personalidad.
Un enfoque que no deja de ser interesante, es cuando incorporamos la concepción cristiana, que no debe ni asombrarnos ni alarmarnos, ya que somos europeos y Europa es la cuna de nuestra civilización occidental. Nuestro origen es judeo-cristiano.
Su visión es que la alegría es algo completamente diferente de la felicidad, circunscribiendo la primera en el contexto bíblico, no en una emoción. Marcan la diferencia clara entre alegría y felicidad. En cambio esta última, es una emoción y además de carácter temporal. ¿En dónde subyace? Lo ven como una actitud del corazón.
Personalmente me resulta escasa por no decir pobre esta concepción filosófica y teológica, porque creo que cuanto más capaces seamos de poner a pie de calle la forma que tenemos de interpretar y comprender el mundo que nos rodea, también nos facilita que afloren nuestros sentimientos y emociones.
Existe ese otro mundo, que es el nuestro propio que reside en el interior del espíritu y alma,que cuánto mejor interprete las cosas que nos llegan e impactan, más sensibilidad tendremos para dejar fluir esas burbujas de felicidad que siempre estarán alimentadas por el oxígeno de un ser alegre que convierte en positivas hasta las emociones que no le son favorables.
La clave entonces está en cómo decía Shelley, en embriagarnos de alegría sin miedos ni reservas. Porque debes recordar una cosa: la alegría es la fibra de tu alma. Es tu esencia. Es lo fundamental para nuestro verdadero ser.