Por Miguel Ángel Ossorio Vega
x maossoriovegagmailcom/13/13/19 http://www.maossoriovega.com martes 18 de abril de 2017, 13:55h
La historia de un grupo de amigos que levanta de la nada un imperio digital y cambia para siempre un negocio sigue enfureciendo al incumbente, pero no le anima a unirse con otras empresas del sector para defenderse. Es el momento de despertar.
Cuando llegábamos a casa con la nota de un examen y nos preguntaban por la de nuestros amigos, la culpa de nuestra baja calificación siempre era de la profesora porque "me tiene manía". Esa manía nos ha perseguido durante toda nuestra vida estudiantil y, para colmo, Internet y su alianza con el smartphone lo ha perpetuado en nuestra vida laboral. Por eso, cuando llega un universitario estadounidense, israelí, chino o sueco (por poner algunos ejemplos al azar) y levanta de la nada una empresa que destruye tu negocio, podríamos decir que Internet te tiene manía y pedir al gobierno de turno una ley para mantener las cosas como estaban. Esa es la actitud mayoritaria. Pero también existe una alternativa un poco más dura, larga y tediosa, aunque tal vez satisfactoria: luchar. Es cierto que hay que aderezarlo con una dosis de estoicismo para asumir que las cosas han cambiado. Pero cuanto antes llegue el momento de aceptar la realidad, antes se podrán reunir las armas necesarias para hacer frente una amenaza que pone el peligro la propia supervivencia de tu negocio y de tu sector. Aquí no son necesarios los misiles, un ejército o satélites para espiar al contrincante: basta que tú también cojas tu portátil y moldees la tecnología a tu favor. Como hicieron aquellos universitarios que, por cierto, terminaron dejando sus estudios a la mitad: ya no les hacían falta. Una de las grandes falacias de la nueva economía digital es decir que se basa en la 'desintermediación'. Ello supondría eliminar a intermediarios de la ecuación de algunos negocios, pero lo cierto es que si en lugar de parar un taxi con tu mano en una esquina utilizas una app, estás introduciendo un intermediario donde antes no lo había (y encima se llevará una comisión). En otros casos, el intermediario simplemente cambia de cara: antes buscabas tu apartamento en la playa en un periódico y hoy entras directamente en Airbnb. Pero en ambos casos hay alguien que se lleva un pellizco de tu verano. En realidad importa poco (o mucho, según se mire) que quien se lo lleve esté sentado en una redacción del Paseo de la Castellana o en una oficina diáfana y con billares de Silicon Valley. Lo que de verdad importa es que el señor (o señora) de la Castellana fue adelantado a toda velocidad, y por la derecha, por un niño que supo oler antes que nadie dónde estaba el futuro de su negocio. Y aprovechó Internet. La reacción del señor (o señora) de la Castellana puede ser la misma que la de un taxista frente a Uber, la de un cantante frente a Spotify, la de un periodista frente a Facebook o la de un hotelero frente a Airbnb. O puede ser la de una nueva generación de profesionales arrasados por jóvenes idealistas armados con un portátil y lo que han aprendido en YouTube (plataforma que tuvo vetados vídeos de algunas cadenas de televisión que hoy, años después, emiten en directo allí sus contenidos - cómo cambian los tiempos-). Una nueva generación que ha decidido hacer frente a las amenazas a su negocio con las mismas armas: convertirse ellos en el intermediario, pero el de sus propios negocios. Lo hacen creando cooperativas para hacer realidad aquello de 'la unión hace la fuerza'. Esto ni es nuevo (llevan años entre nosotros) ni es digital (en España tenemos una larga tradición de cooperativas en sectores que van desde el agroalimentario hasta el industrial, con Mondragón como ejemplo paradigmático: es la mayor cooperativa de Europa). Pero es real. Trebor Scholz, profesor de la New School de Nueva York, ya advirtió en 2014 del peligro para los consumidores y los trabajadores de perder el control de la tecnología que utilizan para comprar y vender productos y servicios. Cual revolucionario, llamó a esas pequeñas empresas engullidas por los gigantes digitales creados por universitarios a no aceptar un futuro que los condenaba a contentarse con las migajas del pastel: ¿por qué no tomar las riendas y crear tu propia aplicación? ¿Por qué utilizar la plataforma de un adolescente si yo puedo crear la mía? Todo esto lo plasmó en el libro 'Uberworked and Underpaid', algo así como 'Ubertrabajados e infrapagados'. En él desgranaba cómo podía fusionarse la economía colaborativa con las cooperativas. La idea no es descabellada: ¿acaso Uber tiene sus propios taxis? ¿Posee Airbnb alguna habitación de hotel? ¿Financia Spotify un nuevo disco? ¿Publica Facebook sus propias noticias? Estas plataformas se alimentan del contenido de terceros. Se alimentan de tu contenido. Y tú has asumido que esto tiene que ser así en lugar de crear tu propia plataforma. (Un apunte: cuando vayas a decirme que no puedes competir con Uber, Airbnb, Spotify o Facebook, recuerda cómo empezaron ellos. Tampoco tenían decenas de millones de dólares, miles de empleados y una marca reconocida. Puede que tú sí tengas empleados y un nombre en tu sector. Ya tienes más que ellos). El modelo de cooperativa digital ya existe en algunos países. En 2015 nacieron los primeros ejemplos, desde compañías de taxis como 'Cotabo' (Italia), 'Green Taxi Cooperative' (Colorado, Estados Unidos) o 'Yellow Cab Cooperative' (California, EE.UU.), que ahora poseen su propia aplicación, se dan trabajo entre ellos y se reparten los beneficios sin un intermediario universitario que se lleve una parte del pastel, hasta plataformas como 'Stocksy', una web montada por fotógrafos para decidir ellos mismos cómo venden su trabajo. Pero hay muchos más ejemplos: 'Resonate', un servicio de música en streaming creado por los propios músicos, 'Loconomics', que aúna en una plataforma a terapeutas, cuidadores y limpiadores que se quedan el 100% de lo que ganan, 'Fairmondo' (para productos de comercio justo) o 'Agaric', una empresa de alojamiento web donde los clientes votan qué características quieren desarrollar para pagar únicamente por los servicios que necesitan y que van a utilizar. Y es que este modelo de cooperativas empodera de nuevo al cliente, que se cree con mucho poder en la economía digital sólo porque puede puntuar a un conductor o dejar un comentario en una web. Es cierto que ese poder antes no existía y que ahora basamos parte de nuestro consumo en esas opiniones (a ver quién se atreve a elegir ese hotel que en Booking tiene horribles comentarios a pesar de su buen precio), pero dar más o menos estrellas a un trabajador que antes elegía cómo gestionar su negocio y que ahora debe ceñirse a las normas de una nueva multinacional que de la noche a la mañana se ha convertido en su jefe no es, precisamente, lo más libre que existe. Tal vez lo más libre sea Internet y, sobre todo, las oportunidades que sigue proporcionando a todo el que sea capaz de vislumbrar hacia dónde se mueve su negocio. Sólo hay dos opciones: sentarse a esperar a que un adolescente y sus amigos con un portátil te lo demuestren cuando ya seas preso de su idea, o coger tu portátil y diseñar tu propio futuro asociado en forma de cooperativa con tus nuevos amigos... los que hasta hace poco eran tus rivales. Si eres un medio de comunicación esto también sirve: deja de quejarte porque Google y Facebook se llevan el dinero de tu publicidad y crea tu propia plataforma. Si me dices que no puedes, es que algo estás haciendo mal en tu estrategia digital. Recuerda: ya no eres un periódico. Tu presente y tu futuro es Internet. Úsalo como si fueras un universitario que va a dejar su carrera dentro de unos meses. Y piensa que al igual que con aquella profesora, nadie te tiene manía: es que no estás haciendo tu parte del trabajo.Noticias relacionadas+ 0 comentarios
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