Por fuera parecen dos realidades con pocas cosas en común, pero algunos expertos en medios de comunicación han logrado trazar similitudes discursivas entre ambas. Y eso cambia la forma que tenemos de informarnos hasta convertirla en infoentretenimiento.
La información en Internet ha ido evolucionando conforme lo hacía la propia Red. Si en los primeros años los blogs tomaron el protagonismo, en la actualidad son las redes sociales las que canalizan el discurso. La diferencia radica en que los blogs no consiguieron hacerse con las riendas de la información digital (aunque sí influyeron de manera decisiva en la estructura de los medios digitales), mientras que las redes sociales han conseguido erigirse como los nuevos medios de comunicación de Internet.
Los blogs pusieron en manos de cualquier persona la posibilidad de convertirse en editores. Por primera vez en la historia, tener tu propio periódico era posible. Los medios, ante la amenaza que eso suponía, se convirtieron en un gran blog: sus textos menguaron en extensión, se vieron de repente salpicados por enlaces y las webs de los medios digitales adoptaron la estructura visual (ordenamiento y presentación de los contenidos) y práctica (admisión de comentarios o archivo de contenidos) para mantener su posición. Lo lograron, a pesar de admitir en sus entrañas los blogs, vistos, una vez superada la batalla, como un complemento lógico en el nuevo ecosistema digital. Dominaba el texto. Nada cambiaba, sólo la tecnología y el diseño.
Tras los blogs llegaron las redes sociales, concebidas desde el principio como un espacio personal en Internet. No en vano, una de las primeras redes sociales se llamaba ‘mySpace’, mi espacio. Una mezcla entre una web, un foro, un blog y una galería de imágenes que cualquier persona podía activar en cualquier momento. Suponía convertirse en editor de un medio de comunicación sobre ti mismo. Al contrario que los blogs, las redes sociales eran entes cerrados, privados (curioso término hablando de redes sociales). Eran plataformas para compartir tu realidad con personas cercanas, conocidas. No buscaban que informases de nada más allá de tu propia existencia. Era la personalización absoluta del blog. Algo que no suponía un riesgo para los medios. Aunque terminó siéndolo. El preludio que nadie supo ver fue que News Corporation compró mySpace en su momento.
Las redes sociales crecieron, evolucionaron. En cierto momento, y sin darnos cuenta, aquellos catálogos narcisistas se abrieron al mundo, a pesar de mantener su estructura restrictiva: crearon las páginas, un perfil con un estatus completamente diferente, caracterizado por ser lo más parecido a una web o un blog. Las páginas eran públicas desde el principio y no estaban enfocadas a alimentar el ego personal, sino a publicar contenidos de interés para cualquier usuario de la red social. Se abrieron a y para marcas, empresas, instituciones… y medios de comunicación. Y ahí comenzó todo.
Los medios adoptaron de buena gana esta nueva realidad. Suponía tener la posibilidad de llegar hasta lo más íntimo de la vida digital de las personas: ser capaces de publicar noticias en el corazón de su álbum narcisista. Se superaba el modelo basado en colocar un periódico en el quiosco a la espera de que el potencial cliente pase por allí y decida comprarlo. Incluso se superaba el modelo basado en hacerle llegar el periódico a su propia casa: ahora se lo podías llevar a su repositorio digital. A su biografía digital. A su muro, palabra que viene a designar algo parecido a nuestros cinco sentidos en la Red: todo lo que me gusta ver, tocar, saborear, escuchar y oler. Y entonces los medios pasaron a un segundo plano, porque sacrificaron sus propias plataformas (recuerda, ahora basadas en los blogs) para pasar a distribuir el contenido en las plataformas de terceros. Y todo esto terminó por convertir a las redes sociales en medios de comunicación alimentados con el contenido de los (verdaderos) medios de comunicación. Inédito y peligroso: ahora cambiaba todo el modelo.
La propia evolución de Internet (mejores conexiones) y de la forma de acceder a la Red (del ordenador al móvil, dispositivo que se utiliza en cualquier lugar y circunstancia, obligando a replantear los mensajes para adaptarse a ellos) provocaron el auge del vídeo. Y es aquí donde los expertos trazan, por fin, las similitudes entre la televisión y las redes sociales.
La televisión es un medio vivo. Es rápido, frenético y tendente a la brevedad. Se busca la rapidez y se consigue gracias a su estructura: las imágenes entran solas. No hace falta explicarlas, así que tampoco es necesario recrearse. Además, la televisión es un medio que no se crea para informar, sino para entretener. Por eso, porque el entretenimiento es la base de su existencia, cuando informa lo hace inculcando su propio sistema a las noticias: brevedad, imágenes impactantes y una sucesión de hechos que permita mantener el frenético ritmo. Porque el tiempo (del espectador) es limitado. Como con el móvil.
El auge del smartphones necesitaba adaptar los largos textos periodísticos. Aunque habían perdido parte de su extensión casi una década antes (recuerda los blogs), incluso para el móvil era innecesario (e inútil) tanto texto. Y entonces se vio en el vídeo la nueva clave: ¿por qué no imitar los clips televisivos, rápidos, breves, impactantes… en la era digital? Si la técnica lo permitía y el precedente era optimista… nada podía fallar. O sí.
Como explica Hossein Derakhshan, los medios, en la era social, adoptaron las costumbres televisivas a la hora de informar. Dejaron a un lado la posibilidad de discrepar con los contenidos porque la forma de envolver la realidad no se prestaba a ello. Y es entonces cuando nació la viralidad. Y cuando esa viralidad se prestó a convertirse en plataforma distribuidora de bulos, noticias falsas, mentira y radicalismo ideológico. Porque nadie necesita comprobar si algo es cierto: basta con compartirlo si ha despertado tus instintos emocionales más básicos (y humanos). Porque es la era del impacto visual con la brevedad. El fin de los enlaces para comprobar o ampliar los hechos. La llegada de una era en la que los medios producen contenidos que distribuyen en la plataforma de otro, conviviendo con los contenidos que producen particulares que ostentan el mismo rango en la escala de credibilidad. Las redes sociales son la democracia del contenido, donde la realidad y la mentira tienen la misma estructura y las mismas etiquetas, y donde únicamente la iniciativa de cada uno decide qué tomar como verdad y qué tomar como mentira. Donde nunca pasa el tiempo y lo que ya pasó vuelve cual bumerán (incluso auspiciado por los medios, que lo disfrazan como ‘hemeroteca’).
La red social sólo es un tablón: detrás no hay personas, sólo algoritmos encargados de alimentar a cada usuario según sus demandas. A quien demande verdad, se le dará verdad. A quien demande mentira, se le dará mentira. A quien demande un color, se le dará ese color. Porque el muro de la red social es el cerebro de cada usuario. Y cada uno en su cerebro hace lo que quiere.