Al menos 63 periodistas han sido asesinados en el último año por ejercer su oficio. Países con regímenes autoritarios como Egipto y Rusia o Turquía, pero también democracias perfectamente consolidadas como Francia, han aprobado leyes represivas para la libertad de prensa. A esto hay que añadir los asesinatos y amenazas provenientes del crimen organizado y por el terrorismo yihadista. Los periodistas somos la diana de regímenes corruptos, de intereses espurios, de la autocracia en la sombra, del poder sin control del capitalismo financiero.
Como recuerda oportunamente la Asociación de la Prensa de Madrid, “existen otro tipo de amenazas a la libertad de información que son menos evidentes en su forma pero que tienen consecuencias igualmente dañinas en su resultado. Hablamos de los despidos masivos y de las drásticas rebajas salariales. Estas medidas crean entre los profesionales un clima tal de precariedad, de inseguridad y de temor, que debilitan muy gravemente la capacidad de las redacciones de defender y practicar una información libre, independiente y objetiva en la medida de lo humanamente posible. Es decir, hacen frágiles a los periodistas en su capacidad para resistir e ignorar las presiones”.
Los periodistas somos culpables de permitir que gestores, editores y altos ejecutivos empresariales solo sepan despedir profesionales, pauperizar las redacciones, desmantelar los medios, como única reacción ante el cambio en el modelo de negocio que supone la revolución digital, mientras que los ejecutivos permanecen increíblemente en su zona de confort, con sus abultados sueldos, sus blindajes y sus indemnizaciones. Y tenemos también la figura cada vez más frecuente del periodista autónomo, que cubre un conflicto bélico por su cuenta, con un casco de kevlar y un chaleco antibalas prestado, al que le pagan a 35 euros la crónica.
Los periodistas somos culpables de permitir que las numerosas facultades y escuelas de periodismo sean auténticas fábricas de parados, con planes de estudio persistentemente divorciados de los enormes cambios tecnológicos y de las nuevas realidades profesionales. Ello da como resultado los 28.300 periodistas en paro que registra la EPA correspondiente al segundo trimestre del año pasado. Y esto teniendo en cuenta que solo se clasifican por rama de actividad los parados que han dejado su último empleo hace 12 meses o menos.
Los periodistas somos culpables de permitir una loca y ruinosa carrera por las audiencias en Internet a toda costa, lo que ha dado como resultado principal fotos de gatitos, irrelevantes anécdotas y un enorme montón de basura informativa sin auténtica relevancia. Roberto Casati en “Elogio del papel” afirma que la diferencia entre un libro y un texto de Internet es la misma que hay entre la tarta Sacher vienesa y un plato de verduras desaliñadas”. El presidente Barack Obama dijo recientemente en una entrega de premios periodísticos: “En unos cuantos años, nadie que quiera entender lo que pasa en nuestra época irá a buscarlo en los tuits que han sido más retuiteados o en los post que tienen mayor número de “me gusta”. Deberán buscarlo en los buenos reportajes, en el periodismo de investigación inteligente que cuenta las verdaderas historias y expresa las contradicciones de nuestras sociedades, que plantea las cuestiones de fondo y fuerza a la gente a mirar de frente a la verdad por poco confortable que ésta sea”.
Los periodistas somos culpables de habernos colocado con demasiada frecuencia en el púlpito de los privilegiados que dictan a su público lo que deben leer o escuchar. El mundo ya no está constituido desde arriba hacia abajo y los periodistas deberán basar su trabajo en servir a las comunidades que conforman las nuevas sociedades, deberán construir relaciones significativas con las personas como individuos, no como masas indiscriminadas, teniendo como norte lograr entre todos un mundo mejor. Si los individuos disponen de la verdadera información relevante, lograremos entre todos hacer de este planeta un lugar más habitable. El trabajo de los periodistas es más importante que nunca.