Ya no sé cuántas veces he visto “Casablanca” (1942) de Michael Curtiz, pero al volver a visionarla por enésima vez el pasado fin de semana, me pareció interesante compartir algunas reflexiones con mis lectoras/es. Una joya del cine en la que se conjugan las palabras amor y romanticismo por encima de cualquier otra, sean venganza, caos, traición, robos, chantaje, etc. Pero la guinda la pone el que es considerado quizás como el máximo ejemplo del renunciamiento al amor de su vida en la historia del cine.
El gran productor y director, Clint Eastwood -quizás el único gran cineasta clásico vivo- siempre ha sostenido que “si hay un gran libro también habrá una gran película”. Hoy voy más allá –con el perdón de Eastwood- y creo que en el caso de Casablanca, lo que nos impacta más, nos guste o no el cine, es la fuerza del mensaje que radica en dos de las cosas que definen el carácter de una persona, como es el caso del personaje principal que interpreta Humphrey Bogart: la determinación cuando no se tiene nada; la actitud cuando se tiene todo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Casablanca era una ciudad a la que llegaban huyendo del nazismo que oprimía Europa, gente de cualquier lugar y condición. Se había convertido en un refugio muy cotizado para los héroes de la resistencia en el Viejo Continente y que eran perseguidos por los servicios de seguridad nazis. La cuestión no era llegar, que en principio no ofrecía dificultades. Sino salir, misión complicada y casi imposible para aquellas personas que formaban parte de la lista de “buscados” por la Gestapo.
El guionista Howard Koch afirmaba que “hay valores por los que merece la pena hacer sacrificios”, porque si esta película tiene algo diferente, es el sentido de eternidad. No porque “el paso del tiempo le haya afectado”, como diría el gran cineasta español José Luis Garci, sino porque este tipo de obras de arte no persigue como finalidad reflejar una época -esto es lo de menos-, sino que está enclavada en una etapa crítica de la historia del siglo XX, pero nada más. Porque lo que prevalece es el canto al amor y la manera cómo se puede estremecer el corazón humano, incluso desde el renunciamiento.
Uno de los mensajes de la historia, es que el ser humano tiene que creer, que haciendo el tremendo y desgarrador sacrificio que es la renuncia a un amor porque las circunstancias obligan, igualmente se logra un bien mucho mayor, cuando lo que se obtiene es una especie de liberación para ese amor que se deja.
El sitio, es el Rick’s Café que regenteaba en Casablanca un americano llamado Rick Blaine, interpretado magistralmente por un Humphrey Bogart en la cima de su carrera, cuya interpretación y las frases y mensajes que da, convierte al filme en el paradigma del romanticismo.
El fondo del drama, es un amor que reaparece resucitando viejas pasiones. El personaje de Bogart, un hombre pragmático y con mucho mundo, impone como eje central del filme que cuando todo parece que se viene abajo, que las circunstancias no pueden ser peores y que la condición humana egoísta y perversa surge una vez más, sólo existe un antídoto contra ello que es el amor profundo y desinteresado. Un amor tan noble que puede ir más allá del sacrificio, renunciando a poseerlo aunque podría tenerlo para siempre. Porque es más fuerte el sentimiento único de que se sigue poseyendo tal capacidad de amar que no importa lo que suceda, de ahí, la “sentencia” de Bogart a una insuperable Ingrid Bergman, cuando le pide que tome ese avión y deje Casablanca: “We’ll always have Paris” (siempre tendremos Paris). Porque el romanticismo de Rick llega a su cumbre, cuando decide finalmente ayudar al marido de su ex amante Ilsa Lund (Ingrid Bergman) que era uno de los líderes de la resistencia nazi.
El Rick de Bogart marca a fuego sus pensamientos y también los sentimientos, que parece no salen nunca de su cuerpo, que quedan detrás de un rostro inmutable e inalterable a pesar de las adversas circunstancias. Vive el presente y no se preocupa demasiado por el futuro, que pone de manifiesto en un diálogo con el personaje de Ivonne, en que le pegunta a Rick:
- ¿Dónde estuviste anoche?
Y Rick responde: ¿anoche? No tengo la menor idea.
- Vuelve a preguntarle: y ¿qué harás esta noche?
Ante la cual el sarcasmo de Rick lo pinta de cuerpo entero: “I never make plans that far ahead” (No hago planes con tanta antelación).
¿Que reina el romanticismo en todo el filme? ¡Qué duda cabe! Una de las más famosas frases del cine, “Play it again, Sam” (Tócala otra vez, Sam), la dice Ingrid Bergman (Ilsa Lund) al pianista, que rememora la canción que solía interpretar en Paris donde Rick e Ilsa se conocieron, caracteriza el amor inmortal, los recuerdos de una época de gloria y el choque frontal con la realidad de que ya nada es igual. Esto nos ocurre a todos. Y también podemos extrapolarlo a la vida de todos los días, a la sociedad en la que vivimos y añoramos, el barrio aquel en el que jugamos y las amistades que ya no están, los familiares que guardamos en un portarretrato y algún que otro libro que nos queda entremezclado con nuestras lecturas actuales.
Casablanca es romanticismo y renuncia. Dos polos opuestos de la vida que cada uno juega como mejor puede.
Pero quiero extraer hoy otro mensaje que como suele decirse, “al que le quepa el sayo…que se lo ponga”: ¿tienen capacidad de renunciamiento los líderes políticos? Probablemente habrá muchos que la tengan, que prevalezca la virtud de servicio y ética de comportamiento en la función pública; algunos que no la han tenido, sin duda son los que han ensombrecido lo que debería ser la profesión cuya responsabilidad es la gestión de la cosa pública. Menuda responsabilidad.
Pero de lo que sí estamos seguros, es que la capacidad de renunciamiento y de sacrificio que demuestre la clase política de ahora en más, podrá marcar una nueva época en la que a pesar de que aquella casa y barrio no serán nunca más los mismos, quedarán en el recuerdo y formarán parte ineludible de las nostalgias, aunque contaremos con una nueva fuerza moral que es la que siempre empuja las sociedades hacia delante.