Gandhi, Steve Jobs, Mark Zuckerberg y Alejando Magno son cuatro claros ejemplos de líderes. Según quiénes les definan y las condiciones en que a esas personas les tocó conocerles (relación amistosa, profesional, familiar, etc.) pueden representar muchas variables, incluso ser una cosa y la contraria. Naturales o impostados, participativos o autocráticos, carismáticos o poco seductores, extremadamente inteligentes o patológicamente engreídos… Todo dependerá de quién opine sobre ellos.
No son exactamente modelos que se puedan seguir fácilmente ni tan siquiera observarse de cerca, y sus características son tan peculiares que difícilmente podrían ser reproducidas. Resultan modelos únicos, metas demasiado exigentes para la gran mayoría. Y, cuando intentamos imitarlos, en el mejor de los casos hemos de conformarnos con obtener malas copias de sus mejores atributos.
La verdad es que los líderes que nos suelen rodear, ya sean impuestos o elegidos, nuestros jefes y gobernantes, no son siempre esos faros profesionales, culturales o de ideario a los que nos gustaría respetar y seguir. En muchas ocasiones resultan ser grandes fiascos que carecen de autoridad, prestigio, conocimientos o formación para estar donde están.
Esperanza Aguirre, Rita Barberá o Rosa Díez, tres líderes políticas (o lideresas, que diría la primera), son ejemplos recientes de dirigentes en descrédito, caudillos (utilizado sin acritud) que partían en olor de multitudes y la realidad les ha hecho parar en seco sus pretensiones.
Nos damos cuenta en las crisis. Como dijo Michael Useem, uno de los grandes especialistas en liderazgo: “El liderazgo de empresas y países tienen su mayor impacto en tiempos de incertidumbre y cambio”. En esos momentos, es donde es necesario que alguien emerja por encima de los problemas y sea capaz de tomar una decisión que sirva para aliviar el problema.
Todos tenemos una historia plagada de jefes/líderes incompetentes e incapaces sobre los que nos preguntamos cómo llegarían a sus puestos de responsabilidad. Sí, en ocasiones fue nepotismo, pero también supieron aprovechar su momento, hacer una lectura positiva de las circunstancias y tomar provecho de ellas.
De esta forma, ese liderazgo pudo surgir justo cuando se creó el grupo/empresa y no existía jerarquía (vacío de poder); cuando se planteó una crisis y se hizo necesario encontrar a alguien seguro de sí mismo (aunque fuera una auténtica nulidad como profesional) que asumiera el papel protagonista, o que se desarrollara en la sombra y sin pretenderlo, en actividades donde es obligado tratar con mucha gente y durante poco tiempo por lo que las lagunas del líder se enmascaran y no suelen quedar al descubierto.
¿Ser líder es más un problema de oportunidad que de aptitudes? Lamentablemente, así es. Piensen en su caso particular y vincúlenlo con alguno de los modelos del párrafo anterior. Cuadra, ¿verdad? Así nos va en muchas empresas y gobiernos.