Los políticos necesitan a los medios de comunicación. Y también, a veces, a la inversa. Los primeros están cambiando debido a Internet. Y los políticos, la política, se están adaptando a esos cambios. Cuando la Casa Real sacó su Twitter hace poco más de un mes muchos estuvieron esperando a ver con qué gran noticia iban a estrenarlo. Si no, para qué abrían un canal de comunicación nuevo, directo, con los españoles... ¿para no decir nada? Pues eso pareció durante dos semanas. Hasta que, antes de que se diera la primicia por ningún otro medio, se difundió a través de esa red social la decisión de abdicar del Rey.
El primer político en España que utilizó las redes sociales fue Gaspar Llamazares. No solo conseguía así llegar a su público objetivo, los jóvenes, sino que además no tenía presupuesto para hacer una campaña intensa en los medios tradicionales (que, todavía, tenían las tarifas de la era anterior a la debacle). Y lo hizo antes incluso que Obama, cuya community manager durante la campaña de 2008 me confesó en cierta ocasión que por aquel entonces no tenía directrices claras sino que se veía obligada a experimentar. Todavía sigue recomendando, para aprender a usar las redes sociales como herramienta de comunicación, simplemente, usarlas... aunque ahora incluye también leer estudios de caso (porque los hay, que, entonces, no había).
El éxito de Podemos en las últimas elecciones podría contarse entre esos casos que merece la pena estudiar. No solo en las redes sociales, también en los medios tradicionales, han hecho una campaña con la que han conseguido convencer a más de un millón de españoles de votar a un partido antes, casi, de que estuviera constituido o, al menos, organizado. Incluso otras agrupaciones políticas de nuevo cuño proponían poco menos que un gobierno en red, con algo así como una asamblea nacional constante de los ciudadanos a través de internet. Quizá técnicamente hasta sea posible. Incluso en ese caso, la política necesitará a los medios de comunicación. La democracia los necesita, muchos y variados; pero las dictaduras también: pocos y controlados.
La WM66 era la lavadora que se fabricaba, a partir de 1966, en la República Democrática Alemana. Para lavarle el cerebro a la población, siempre es mejor que haya un único modelo de lavadora. Al igual que una única televisión. Bosbach conocía la respuesta, sin duda. Llamó a Merkel, que se crió en la Alemania comunista y, por tanto, debió utilizar alguna vez la WM66, simplemente para dar espectáculo. En el móvil de la canciller, sin embargo, saltó el contestador. Debía estar ocupada gobernando, en lugar de atender a la televisión. Menos mal que los medios todavía no han desplazado del todo a los fines.