La filosofía también tuvo cabida en la IV edición de iRedes. Álvaro González-Alorda, socio y fundador de Emergap, intentó aportar una visión muy diferente sobre la digitalización y alertar de los peligros que conlleva no saber combinar nuestras relaciones online con las conversaciones offline.
“Formamos parte de lo que yo llamo la generación puente. La única que ha cruzado del mundo analógico al digital. Esto nos convierte en protagonistas de un momento histórico muy particular: el período de mayor cambio en la historia de la humanidad”. A través de esos cambios tecnológicos, sociales, políticos, culturales, incluso en modelos de negocio y comunicación, estamos reconstruyendo el mundo.
Para Álvaro, tenemos que ser conscientes de que a raíz de estas transformaciones, también estamos generando nuevos hábitos, tanto saludables como perjudiciales, que algún día reproducirán otras generaciones. Aunque podemos alegar que nos encontramos en un período de aprendizaje en el que no hay referentes en los que poder fijarnos, ya hay síntomas que indican que estaríamos abrazando la tecnología con demasiado desenfreno. Por ejemplo, al que se refiere un estudio que señala que consultamos el móvil hasta 150 veces al día, y sólo 18 de ellas es para ver la hora.
Éste y otros hábitos ya están trayendo consecuencias en nuestra vida y la de los demás. Una de ellas es la adicción. Un alcohólico bebe desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta. Un adicto tecnológico aprovecha cualquier segundo del día para mirar su móvil y conectarse a él. Estamos mucho más pendientes de los retweets y likes que ha generado nuestra última publicación que de las personas que tenemos delante. Incluso entramos a Internet por inercia, “navegando sin rumbo, como náufragos”.
Otra consecuencia es el narcisismo. Ahora el éxito se mide por la cantidad de seguidores que tengamos en las redes sociales. Pero es mejor contar con un número más modesto de followers y dejar a un lado ese tiempo narcisista para prestar más atención a nuestros seres queridos. Este fenómeno va unido al de la banalidad. ¿Qué es hoy en día un amigo? ¿El que aceptó una solicitud de amistad en Facebook por amabilidad? ¿Aquél que nos dedica más retweets? Probablemente sólo lo haga para que tú le publicites también. “Estamos confundiendo las relaciones que tenemos online con los amigos de verdad”. El uso de la tecnología está deteriorando nuestra capacidad para discernir qué es un amigo y nos resta tiempo para dedicarle la atención necesaria.
González-Alorda asegura que ya hay gente que necesita terapia para desengancharse de un uso excesivo de la tecnología. Y se atrevió a enumerar algunas actividades que pueden servir para reconectar con la gente offline, que van desde cuidar de alguien o involucrarse en proyectos colaborativos, hasta nadar para alejarnos de cualquier dispositivo (aunque ya existe tecnología wearable sumergible que imposibilitaría ese deseado aislamiento). Lo importante es conversar cara a cara, “sin usar profilácticos tecnológicos que le quitan verdad al acto de la conversación”.
En resumen, Álvaro asegura que el reto de una generación novata con una responsabilidad tremenda por la herencia que va a legar, está en “saber ponerse en modo vuelo sin esperar a que venga una azafata a regañarnos”.
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