Su discurso fue de aquellos que hacen historia, que dejan la huella de los que ya se anuncian como los nuevos y grandes líderes de la humanidad, que tanta falta hace. La niña líder pakistaní dijo: “recordad que el día de Malala no es mi día, sino el de todas las mujeres y niños que han levantado su voz por sus derechos”.
Ella cree y ha afirmado con rotundidad, que 'Un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo'.
Y qué razón lleva, aunque también en sus palabras se nota su desazón por la falta de liderazgo de la clase política mundial, para enfrentarse a los problemas. De ahí que Malala les insta diciendo que "es tiempo de levantar la voz para que los líderes políticos cambien sus estrategias de paz". Las mismas estrategias de paz, cándidas e inocentes, por las que en Europa se llegó a desencadenar la Segunda Guerra Mundial.
La sala irrumpió en aplausos cuando dijo “No le dispararía a mi agresor, aunque lo tuviera delante y una pistola en la mano. Esta compasión es herencia deMandela y de Luther King. Esta es la filosofía de Gandhi y de la Madre Teresa. Y este es el perdón que aprendí de mi padre y de mi madre".
¿Qué lección de vida debemos sacar de la historia de esta niña?
En primer lugar, el inalienable derecho individual a aprender que debe estar garantizado desde el nacimiento de una persona, pero que la realidad demuestra que no es así en gran parte del mundo; la segunda cuestión, el absoluto y contundente fracaso de parte de los organismos internacionales y de de los líderes políticos mundiales, que tienen que presionar a los gobiernos de los países en los que se violan estos derechos, a que mediante negociaciones se pueda lograr que las mujeres no corran peligro alguno por el simple hecho de querer estudiar.
Es que si queremos saber cuál es el grado de evolución social de un país, veamos primero cómo es el trato que se tiene de la mujer, y tendremos una radiografía clara de si es una sociedad abierta y moderna, o por el contrario, está anclada en principios tribales más propios de la Edad Media.
Pero hay otra cuestión que surge al tomar conocimiento de estas historias, que son vidas reales: el amplio espacio geográfico del fanatismo y la pobreza, que limitan tremendamente cualquier atisbo de mejora en la condiciones de vida de los habitantes de cualquier región que padezca algunos de estos dos flagelos.
Estamos persuadidos que Malala Yousafzai, si un día puede regresar a su país ya como adulta y esté en condiciones de asumir posiciones políticas relevantes, sería la lucha más efectiva contra el fanatismo que degrada y somete a la mujer.
Debería pensar muy seriamente el Jurado de los Premios Príncipe de Asturias, de conceder el galardón correspondiente a Malala Yousafzai, porque sería un reconocimiento a su firmeza y determinación para romper con esa injusticia en la trato a la mujer.
Nuestro homenaje a Malala Yousafzai y a las decenas de miles de mujeres que en el mundo luchan por un trato igualitario y por el fin de la violencia contra la mujer.
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