La semana pasada una decisión del Consejo de Administración de Radiotelevisión Española (RTVE) desataba una tormenta tan furibunda como pasajera. Una de los miembros de este órgano reclamaba acceso al editor de noticias que utilizan todos los periodistas de la casa para preparar los informativos. Esto es, solicitaba la clave para mirar el trabajo antes de su emisión.
Desde todos los foros profesionales se puso en grito en el cielo por lo que se consideraba una práctica de censura previa. Los partidos políticos también se desmarcaban de una petición potencialmente peligrosa para la libertad de expresión y, en definitiva, para la democracia. Y pese a la práctica unanimidad del rechazo, la decisión había salido aprobada en el Consejo holgadamente. De 11 miembros, sólo los representantes del sindicato de UGT y de Izquierda Unida votaron en contra. Afortunadamente, el ruido mediático de esta decisión les hizo retractarse al día siguiente. La informatización de las redacciones ha agilizado la producción de noticias, pero también ha facilitado el control del trabajo mientras se están elaborando. Sin embargo, la tecnología no representa un peligro. La verdadera amenaza para la libertad de expresión hoy en día es la debilidad de los órganos directivos de los medios de comunicación. En caso de cúpulas personalistas, como la de News Co., la visibilidad de la cabeza pensante ayuda al menos a hacerse una composición de lugar: viendo los antecedentes de una persona se puede intuir hacia dónde orientará los pasos. Sin embargo, es cada vez más frecuente que las grandes empresas no estén sometidas a los designios de una persona o pequeño grupo de personas. La verdadera piedra de toque está en consejos de administración opacos, sometidos a intereses diversos. Es decir, que las decisiones que dominan los medios habitualmente proceden de instancias cuya prioridad no es tanto la buena marcha de la empresa como la salvaguarda de intereses particulares. En el terreno de las tecnologías la información el panorama no es muy diferente. Los movimientos corporativos que han requerido inversiones multimillonarias convierten a los gigantes de Internet en peleles sometidos a la tensión de centenares de hilos, cada uno de ellos tirando en una dirección determinada y a veces contrapuesta. Casos como el de Yahoo, que parece navegar a la deriva mientras su valor bursátil se desinfla, advierte contra la acción de consejos de administración vacilantes, incapaces de tomar un rumbo claro entre tanta presión y reacción.
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