Lo tenía muy difícil Mariano Guindal. Nacido y criado en una chabola de los arrabales de Madrid en los cincuenta, una época negra en la que “media España aplastaba a la otra media con la brutalidad de un intratable país de cabreros”, que decía el autor de 'Pandémica y celeste'.
Describe muy bien Mariano el siniestro orfanato por el que pasó, cuando su padre se cayó del andamio y él no había cumplido aún los dos años. Su madre, María Guindal, fregaba escaleras. El hambre atroz, la pobreza como afrenta, la represión franquista, el frío en los huesos. El colegio La Paloma, cuyo relato me recordó un curso nefasto en el Colegio Calasancio de la calle Padilla de Madrid, donde un profesor te examinaba los deberes con una única calificación negativa: un bofetón que te tiraba al suelo. No fue con buena suerte como Mariano Guindal salió del lodazal y pisó la Facultad de Ciencias de la Información a finales de octubre de 1972, con 21 años. Una proeza.
Yo soy cinco años mayor que él y hacía tiempo que trabajaba como periodista, tras pasar por la llamada Escuela de Periodismo de la Iglesia, donde tenía de compañero de pupitre en las tardes a “Sor Intrépida”, el exministro de Educación Joaquín Ruiz Jimenez, que por las mañanas me daba clases de Derecho en la Facultad. Pero yo tenía algo de “mala suerte”, enseguida me pusieron de jefecillo en la mesa, cuando yo quería ser enviado especial, corresponsal, reportero. Llevo más de 45 años en la profesión, que aún ejerzo a tope, he sido director de medios más de una docena de veces, pero nunca llegué a reportero. Mariano lo logró muy esforzadamente el día en que conoció a Manu Leguineche, que en gloria esté, pues si existe un cielo para los periodistas estará a la derecha del Padre. La última conversación, por teléfono: “¿Cómo estás, Manu?” (estaba hecho polvo, en la silla de ruedas, ya no podía ni leer). “Bien, bien, jodido pero contento”.
Manu escribió un día cómo contrató a Mariano Guindal, cuando apareció por la agencia Colpisa que él dirigía en 1972: “Rubiaco, las guedejas le caían sobre la frente; tenía un ligero frenillo en la lengua. Mire, Don Manuel –me dijo- no me lo tome a mal, pero ¿puedo saber cuánto le paga usted a la señora de la limpieza?”. Se ofreció a trabajar ocho horas diarias por el mismo salario. Sentía curiosidad por todo al margen del horario. Será periodista el que esté dispuesto a dar un paso al frente. El resto es rutina. "Adjudicado -le dije a Mariano Guindal- empiezas hoy mismo”.
No lo tenía nada fácil Mariano Guindal, hasta llegar a ser uno de los periodistas españoles de mayor prestigio. La mayor parte de su carrera trascurrió en 'La Vanguardia', donde ha sido redactor jefe de Economía, entre otras cosas. Hasta que en marzo de 2009 fue incluido en un ERE y mandado al paro con 58 años. Estas son las luminarias de lanzamos por la agonía de los medios tradicionales, ciegos y maniatados por gerentes que solo saben echar a periodistas.
Afortunadamente para todos, Mariano sigue escribiendo. Su penúltimo libro, 'Un hombre con buena suerte', que ha sido mi principal lectura esta lluviosa Semana Santa, no es solo un libro de memorias de un periodista: es una crónica privilegiada de la Transición en España y de los hechos posteriores hasta el desafío independentista catalán y las elecciones generales en puerta. Su mayor valor tal vez esté en contextualizar muy brillantemente hachos de sobra conocidos, dotándolos de sentido y significación, con un conocimiento profundo, un sentido común y una independencia de criterio valiosísima: o sea, la esencia misma del mejor trabajo periodístico, del que tan necesitados estamos en la era de la desinformación digital. Y todo ello con una prosa “guindaliana”, sujeto, verbo y complemento directo, como me dijeron hace muchos años en la Escuela de Periodismo. “Cuando quieras poner un complemento indirecto o circunstancial, consulta con el Director”.
Era 1983. Mariano se había colado en una rueda de prensa que daba Miguel Boyer, flamante ministro de Economía. Le conocí y traté en Explosivos Rio Tinto, su despacho como Jefe de Estudios estaba enfrente del mío, un minúsculo espacio interior para “el periodista”, el único en la mastodóntica empresa de 24.000 empleados. Era brillante, arrogante y oteador de la legión de secretarias que pululaban en la planta noble de la calle Serrano.
Desde un rincón, Mariano lanzó la pregunta: “Señor ministro, ¿qué pasa con Rumasa?” La pregunta costó miles de millones al Gobierno español. El gran privilegio de la profesión periodística es poder hacer preguntas. Mariano ametrallaba en la diana.
Contra todo pronóstico. Tres veces ha mordido el cáncer a Mariano y ya hace años que sobrepasó el plazo fatídico. Le encontré con buen aspecto en la presentación de su libro hace unos meses, con el salón de actos abarrotado. Deseo de todo corazón que no sea tu último libro. Me quedo con una de las últimas frases de tu obra: “La bondad es la máxima expresión de la inteligencia”. Gracias, colega.